Una semana y el Congreso opera al mínimo de las formalidades. Los legisladores del Frente Amplio Progresista mantienen tomados los espacios donde se acostumbran las sesiones. Las reuniones en sedes alternas son una caricatura, aunque preserven la forma, el síntoma de un Congreso con vida. Todavía no se da la ruptura, el orden de un Poder del Estado pende de un hilo.
Ya como el buenazo, ya como el maloso, se magnifican las capacidades de Andrés Manuel López Obrador. En realidad se reitera lo ya sabido, el desajuste entre el proceso democratizador y los usos y costumbres de la política mexicana. Con el agravante de que la actual clase gobernante ha preferido amoldarse a lo ya establecido sin encontrar la salida a sus propuestas, enredada con el instrumental del Estado y su pasión, dolorosa, por situar a la empresa privada en el eje conductor de la nación.
En abierta contradicción con el amodorramiento, la clase gobernante confía en que el cambio en la legislación es capaz de producir, de inmediato, una nueva realidad, sin reconocer públicamente las ambiciones que ha desatado y conspiran en contra del mundo feliz que se pronostica. Si fuera consecuente el gobierno con la narración que adoptó de inicio, debería estar prevenido y preparado, pues toda búsqueda de tesoros está intercalada de episodios violentos, no pocas veces sangrientos.
Ha llegado el momento de rescribir el de la transformación de Petróleos Mexicanos, Felipe Calderón tiene los recursos legales para actualizar a la empresa paraestatal sin la grandilocuencia de la reforma energética. El proyecto original, el soñado, ha quedado herido de muerte y es la oportunidad de mejorar partiendo de las instituciones vigentes. Esto es, ordenar aquello que se ha salido del espíritu que ánima constitucionalmente a la paraestatal y que ha sido suplantado, desde antes de cualquier propósito de apertura al capital privado, por intereses particulares y gremiales, incluida la ordeña de los ductos que transportan combustible. Acaso no tiene recursos el Estado para el saneamiento de la paraestatal, qué o quién se lo impide. Ése es el guión legitimador que no ha adoptado el Presidente, previo a cualquier intención ulterior. Aplausos no hubieran faltado.
Pero el proyecto de reforma energética se encadenó a una defectuosa realineación del gabinete. Ajuste que dejó tocado al mismísimo partido en el gobierno. Dentro de Acción Nacional no están jalando parejo, sus cuadros en los altos cargos del gobierno están divididos casi generacionalmente, la vieja guardia yunquista no da muestras de entenderse y subordinarse al círculo íntimo de Presidente.
Desde el desacierto más comentado y reconocido, la designación de Juan Camilo Mouriño al frente de la Secretaría de Gobernación, la conducción del país parece extraviada. De veras no había otra persona que presentara menos vulnerabilidad para poder avanzar en el propósito reformador. Dónde está Luis H. Álvarez, figura respetada y reconocida, en una dependencia de menor jerarquía. Qué decir del enlace con el Poder Legislativo, Armando Salinas Torre, a quien le tocó hacer los acercamientos que dieron sus frutos durante el primer año del calderonismo. Quien lo sustituyó no ha tomado realmente el hilo de la relación con los legisladores. Y lo inocultable, en estos días terribles para el Poder Legislativo no se ha percibido la presencia del secretario en Gobernación, se padece la falta de pronunciamiento del gobierno a través de su persona. De manera sustituta sale al ruedo Germán Martínez, haciendo gala de su erudición literaria, pero sin efectos prácticos. La falta de operación no la pueden sustituir con el auxilio de Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón. El gobierno tiene que salir del hoyo en el que se metió.
Pasan los días y posiblemente veremos llegar el fin del actual periodo ordinario de sesiones en las mismas. Por favor, acuerden ¡Ya!
Ya como el buenazo, ya como el maloso, se magnifican las capacidades de Andrés Manuel López Obrador. En realidad se reitera lo ya sabido, el desajuste entre el proceso democratizador y los usos y costumbres de la política mexicana. Con el agravante de que la actual clase gobernante ha preferido amoldarse a lo ya establecido sin encontrar la salida a sus propuestas, enredada con el instrumental del Estado y su pasión, dolorosa, por situar a la empresa privada en el eje conductor de la nación.
En abierta contradicción con el amodorramiento, la clase gobernante confía en que el cambio en la legislación es capaz de producir, de inmediato, una nueva realidad, sin reconocer públicamente las ambiciones que ha desatado y conspiran en contra del mundo feliz que se pronostica. Si fuera consecuente el gobierno con la narración que adoptó de inicio, debería estar prevenido y preparado, pues toda búsqueda de tesoros está intercalada de episodios violentos, no pocas veces sangrientos.
Ha llegado el momento de rescribir el de la transformación de Petróleos Mexicanos, Felipe Calderón tiene los recursos legales para actualizar a la empresa paraestatal sin la grandilocuencia de la reforma energética. El proyecto original, el soñado, ha quedado herido de muerte y es la oportunidad de mejorar partiendo de las instituciones vigentes. Esto es, ordenar aquello que se ha salido del espíritu que ánima constitucionalmente a la paraestatal y que ha sido suplantado, desde antes de cualquier propósito de apertura al capital privado, por intereses particulares y gremiales, incluida la ordeña de los ductos que transportan combustible. Acaso no tiene recursos el Estado para el saneamiento de la paraestatal, qué o quién se lo impide. Ése es el guión legitimador que no ha adoptado el Presidente, previo a cualquier intención ulterior. Aplausos no hubieran faltado.
Pero el proyecto de reforma energética se encadenó a una defectuosa realineación del gabinete. Ajuste que dejó tocado al mismísimo partido en el gobierno. Dentro de Acción Nacional no están jalando parejo, sus cuadros en los altos cargos del gobierno están divididos casi generacionalmente, la vieja guardia yunquista no da muestras de entenderse y subordinarse al círculo íntimo de Presidente.
Desde el desacierto más comentado y reconocido, la designación de Juan Camilo Mouriño al frente de la Secretaría de Gobernación, la conducción del país parece extraviada. De veras no había otra persona que presentara menos vulnerabilidad para poder avanzar en el propósito reformador. Dónde está Luis H. Álvarez, figura respetada y reconocida, en una dependencia de menor jerarquía. Qué decir del enlace con el Poder Legislativo, Armando Salinas Torre, a quien le tocó hacer los acercamientos que dieron sus frutos durante el primer año del calderonismo. Quien lo sustituyó no ha tomado realmente el hilo de la relación con los legisladores. Y lo inocultable, en estos días terribles para el Poder Legislativo no se ha percibido la presencia del secretario en Gobernación, se padece la falta de pronunciamiento del gobierno a través de su persona. De manera sustituta sale al ruedo Germán Martínez, haciendo gala de su erudición literaria, pero sin efectos prácticos. La falta de operación no la pueden sustituir con el auxilio de Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón. El gobierno tiene que salir del hoyo en el que se metió.
Pasan los días y posiblemente veremos llegar el fin del actual periodo ordinario de sesiones en las mismas. Por favor, acuerden ¡Ya!
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