viernes, 11 de abril de 2008

Cadena Nacional

El martes por la noche, el presidente Felipe Calderón hizo público el proyecto para reformar a la paraestatal Petróleos Mexicanos. Está dentro de sus atribuciones hacer propuestas al Poder Legislativo, el detalle está en saber hacerlas. Lo que se vio por las pantallas de televisión fue a una persona leyendo, por el auxilio del “telepromter”, la justificación y los contenidos de la propuesta que pretende modificar la operación actual de PEMEX. Esbozando una sonrisa que no venía al caso, entre nerviosa o burlona, se exhibió un Presidente aislado, que toma el púlpito ante un templo vacío, pues no se pudo convocar a esa sustancia mágica llamada pueblo, idiosincrásica del sistema político mexicano.

Fue el contenido del discurso, lo que se afirmó y lo que no hizo explicitó, un armado para la no credibilidad. Por un lado, allanarse a la legitimidad histórica del artículo 27 Constitucional que, por otra parte, su partido Acción Nacional siempre ha combatido. Al no proponer cambios a la Constitución la propuesta tomó el camino de las medias tintas. A poco el Presidente no tiene entre sus atribuciones el proponer cambios a la Carta Magna ¿Por qué no lo hizo? No porque no quisiera, nada más que su mandato no es suficiente para esas decisiones, el gobierno dividido es un escollo que ha dificultado cualquier intento reformador sino se da con antelación un trabajo para formar consensos y el caso de los energéticos es paradigmático.

Lo no explicitó en la exposición del Presidente durante esa noche anticlimática, fue la falta de una declaración llana y puntal favorable a la legalización de la participación de la iniciativa privada, que se escondió en el eufemismo de la flexibilización, cuando ese es el propósito de su reforma: el gobierno quiere incrementar la participación del capital privado en la industria petrolera. Así de claro.

Y hoy, este viernes, todos los medios están escandalizados por la toma de la tribuna de los recintos parlamentarios de Xicoténcatl y San Lázaro, operados el jueves después del mediodía, por los legisladores del Frente Amplio Progresista, en sincronía con el estallido de la resistencia civil. Sucesos ampliamente anunciados ante los cuales el gobierno no fue previsor. Peor aún, no tiene al secretario de Gobernación que le ayude a sacar la reforma de la zona de conflicto, es más, ha sido el mismo Presidente el que ha ayudado a Juan Camilo Mouriño para mantenerse en el despacho de Bucareli. Su otro brazo operador, Javier Lozano Alarcón, se encuentra exhibido ante la opinión pública por cobrar indebidamente intereses a una empresa televisora.

Sin ejercicio de autocrítica y autolimitado por la soberbia propia, desde el gobierno no se ejecutaron acciones para legitimar la toma de decisiones. Hay tramos de la propuesta de reforma dedicados a la transparencia, a la fiscalización, a la rendición de cuentas, que no son creíbles cuando no se ven acciones en ese sentido y algunos altos funcionarios, como los ya mencionados, disfrutan del privilegio de la impunidad. Pero es en el mismo PEMEX donde se pudo encontrar al personaje o grupo idóneo para hacer una nueva representación del quinazo (operación salinista que capturó al entonces poderoso líder sindical, Joaquín Hernández Galicia, alias La Quina, en enero de 1989) ¿Por qué no exhibir malos manejos de la paraestatal para legitimar la propuesta de reforma?

El gobierno se ha enredado y tal vez el PRI ya no esté dispuesto a secundarlo. Al menos, Manlio Fabio Beltrones lo pensará dos veces antes de convertirse en la Elba Esther Gordillo de Felipe Calderón.

Y en toda esta historia de errores, en el momento actual, en el hoy, una ausencia y su silencio: Raúl Muñoz Leos. Un capítulo no revisado, que se compone con el libro del ex director de la paraestatal y la denuncia en su contra por parte de la administración calderonista. Ese capítulo podría resultar esclarecedor.

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