viernes, 8 de febrero de 2008

Paradoja ruina

Deliberadamente, el proceso de democratización de México ha sido entendido, asumido, como un proceso de despresidencialización. El acotamiento de la Presidencia, la pérdida de resortes, ha urgido la construcción de instituciones autónomas, no subordinadas al Poder Ejecutivo. Las más reconocidas o publicitadas son el Banco de México, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Instituto Federal Electoral. En el proceso, resortes autoritarios han cobrado fuerza en los gobiernos de los estados, donde ha ganado espacio la discrecionalidad y la rendición de cuentas es casi inexistente, reducida a formalidades.

Se ha conformado una institución presidencial hueca a la que sólo por atavismo en el imaginario se le siguen atribuyendo poderes omnímodos. Felipe Calderón y su partido, Acción Nacional, propugnaron durante su pasado opositor por la reducción del presidencialismo y ahora se interesan en preservarlo y, de acuerdo con las propuestas panistas sobre la reforma del Estado, fortalecerlo. Por eso es chusco ver, que quien arruinó se entristezca con la ruina y sienta nostalgia por lo arruinado.

Este cinco de febrero, en el aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, se dio la oportunidad para fotografiar el estado actual de la ruina de la institución presidencial. Lo que ayer era un día más del Presidente, quien convocaba a la reunión de la República, ahora no anima ocho columnas, ni merece comentario crítico (salvo el de Raúl Trejo Delarbre) No dio ni para la nota de color. La convocatoria a favor de la legalidad y por la seguridad, mediáticamente quedó opacada por el supermartes de las elecciones primarias en Estados Unidos y por la toma de pozos petroleros en Tabasco por lugareños que exigen reparación de daños a PEMEX, cuando es alarmante que un Presidente reconozca el deterioro del valor de la legalidad y el deterioro de la seguridad, tanto como para convocar a un acuerdo.

Se está a tiempo y hay foro a disposición para poner convenidamente un límite a la despresidencialización. Felipe Calderón tiene en la Comisión Ejecutiva para la Negociación de Acuerdos, instalada por Congreso el año pasado, la mesa puesta para darle un giro al régimen de gobierno y modificar la institucionalidad que fue funcional al régimen de partido hegemónico. ¿Qué lo detiene? Durante el anterior periodo de sesiones se dieron acuerdos importantes, imperfectos. Todo parecía encarrilado. Fue el clamor de la cúpula empresarial contra la política y los políticos lo que detuvo –también la oposición del lopezobradorismo- lo que frenó la marcha de los acuerdos. Es parte de la política.

Ha tenido que ocurrir una sanción simbólica de la Corte al Consejo Coordinador Empresarial para resaltar la necedad de los empresarios contra la reforma electoral. Y lo más sobresaliente, el jueves siete de febrero la Cámara de Diputados superó la suma de diferencias que detuvieron el nombramiento de tres nuevos Consejeros en el IFE. Los meses que siguen nos dirán hasta qué punto los acuerdos se seguirán dando. Si la política se precia como práctica para una mejor convivencia, lo cual está por verse, o se limita a una reasignación actancial como empleada de poderosos intereses económicos.

No se trata que el Poder Ejecutivo se pliegue, sino que juegue, así sea través de su partido, contribuyendo a una mayor y mejor ventilación de lo que se propone para la reforma del Estado. Para que con claridad se dé por concluida la despresidencialización y se sienten las bases de la institución presidencial del siglo veintiuno. No será fácil, pues la atención a la recesión económica es obligada.

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