Signo de los tiempos el que un diario destaque en sus ocho columnas no un acontecimiento o pronunciamiento respecto a algún suceso o lo que está por suceder Es el caso de El Universal. Cómo el odio asociado a los blogs se constituyó en la nota principal. Acaso no hubo evento noticioso por destacar. Pero la relevancia adquirida de un sentimiento que se extiende en el (mal)trato social es más que una noticia, es un malestar de dimensiones colectivas, preludio de tiempos violentos.
No es casualidad que ese encabezado “Guerras de odio en los blogs políticos” se encontrara en el proceso de redacción de este artículo. No se requirió de una comunicación misteriosa, la espesura del odio que se encuentra en el ambiente es sensible a más de un sentido y se podría cortar con un cuchillo. Pero cada quien encuentra la desmesura del odio por otras fuentes, en otros envases. Es el caso de los videos que aceleradamente ocupan la atención de cibernautas. Los videos del publicista Guillermo Rentería señalando a los políticos y al Congreso como enemigos de la libertad de expresión, o el video de Tabasco y la Luna que acentúa la irresponsabilidad gubernamental en el desfogue de la presa peñitas. En ambos el sustrato de diferentes mensajes tiene un sentimiento común: el odio.
Lo que tenemos ante nuestros ojos son síntomas de una sociedad polarizada por la economía y ni la democracia ha podido contener esa polarización, por el contrario, queda atrapada en la polarización y no pocas veces se convierte en su medio. No faltó razón a los legisladores encarecer las campañas negras para aminorar los contenidos de odio en los procesos electorales. Y todavía así no se encuentra el límite civilizado de genuina libertad de expresión y su trasgresión por una “libertad de odio” que no es tal. Se trata de un sentimiento que desencadenado termina por cancelar libertades.
En el seno familiar el odio no es un sentimiento atípico, pero sí un subterráneo oculto por la represión de los padres o sublimado por otro sentimiento: el amor. Pero tratándose de una comunidad o de una sociedad, el odio convertido en sentimiento colectivo es el anuncio, el preámbulo de la violencia. Se parte de la seguridad de que la manifestación del odio no tiene sanción, pero no sólo eso, también está la seguridad de que el Estado no tiene la capacidad coercitiva para contener el odio que se desborda en la violencia (intrafamiliar, de barrio, en la comunidad indígena, en el estadio, en el crimen organizado)
No es espacio para listar las acciones, hechos o discursos que pavimentaron el camino del odio sobre el cual hoy se desplaza el país, y los blogs son un tramo relativamente reciente. Lo que sí se puede traer a la memoria es la complacencia con la que se ha dado cabida a los publicistas que producen odio colectivo: el mexicano Alazraki, el español Antonio Sola y el norteamericano Dick Morris. ¿Tenía idea Felipe Calderón del paquete de odio que le dejarían sus publicistas? Y pensar que el hoy Presidente les pagó y no haya que hacer con una cosecha no embodegable, que está a la intemperie.
Si algo no se quiere que prospere en la política el camino más seguro es sembrar odio, pues no hay acuerdo que se pueda cimentar sobre ese sentimiento. Ya vemos lo que ha pasado con el nombramiento de los nuevos Consejeros del IFE, la aversión se puso por delante y se malogró el acuerdo que se tenía pactado. No se atendió a las capacidades técnicas, a la experiencia, a la formación académica. Rodaron cabezas anticipadamente, en un efecto dominó que sólo se detuvo difiriendo los nombramientos hasta el 2008. Ojalá tengan cuidado los legisladores y verifiquen que los nuevos Consejeros tengan el certificado en sus antecedentes de no ser o haber sido sembradores de odio.
No es casualidad que ese encabezado “Guerras de odio en los blogs políticos” se encontrara en el proceso de redacción de este artículo. No se requirió de una comunicación misteriosa, la espesura del odio que se encuentra en el ambiente es sensible a más de un sentido y se podría cortar con un cuchillo. Pero cada quien encuentra la desmesura del odio por otras fuentes, en otros envases. Es el caso de los videos que aceleradamente ocupan la atención de cibernautas. Los videos del publicista Guillermo Rentería señalando a los políticos y al Congreso como enemigos de la libertad de expresión, o el video de Tabasco y la Luna que acentúa la irresponsabilidad gubernamental en el desfogue de la presa peñitas. En ambos el sustrato de diferentes mensajes tiene un sentimiento común: el odio.
Lo que tenemos ante nuestros ojos son síntomas de una sociedad polarizada por la economía y ni la democracia ha podido contener esa polarización, por el contrario, queda atrapada en la polarización y no pocas veces se convierte en su medio. No faltó razón a los legisladores encarecer las campañas negras para aminorar los contenidos de odio en los procesos electorales. Y todavía así no se encuentra el límite civilizado de genuina libertad de expresión y su trasgresión por una “libertad de odio” que no es tal. Se trata de un sentimiento que desencadenado termina por cancelar libertades.
En el seno familiar el odio no es un sentimiento atípico, pero sí un subterráneo oculto por la represión de los padres o sublimado por otro sentimiento: el amor. Pero tratándose de una comunidad o de una sociedad, el odio convertido en sentimiento colectivo es el anuncio, el preámbulo de la violencia. Se parte de la seguridad de que la manifestación del odio no tiene sanción, pero no sólo eso, también está la seguridad de que el Estado no tiene la capacidad coercitiva para contener el odio que se desborda en la violencia (intrafamiliar, de barrio, en la comunidad indígena, en el estadio, en el crimen organizado)
No es espacio para listar las acciones, hechos o discursos que pavimentaron el camino del odio sobre el cual hoy se desplaza el país, y los blogs son un tramo relativamente reciente. Lo que sí se puede traer a la memoria es la complacencia con la que se ha dado cabida a los publicistas que producen odio colectivo: el mexicano Alazraki, el español Antonio Sola y el norteamericano Dick Morris. ¿Tenía idea Felipe Calderón del paquete de odio que le dejarían sus publicistas? Y pensar que el hoy Presidente les pagó y no haya que hacer con una cosecha no embodegable, que está a la intemperie.
Si algo no se quiere que prospere en la política el camino más seguro es sembrar odio, pues no hay acuerdo que se pueda cimentar sobre ese sentimiento. Ya vemos lo que ha pasado con el nombramiento de los nuevos Consejeros del IFE, la aversión se puso por delante y se malogró el acuerdo que se tenía pactado. No se atendió a las capacidades técnicas, a la experiencia, a la formación académica. Rodaron cabezas anticipadamente, en un efecto dominó que sólo se detuvo difiriendo los nombramientos hasta el 2008. Ojalá tengan cuidado los legisladores y verifiquen que los nuevos Consejeros tengan el certificado en sus antecedentes de no ser o haber sido sembradores de odio.
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