Por primera vez, en diez meses de gobierno, Felipe Calderón logra captar el comentario de los líderes de opinión después de presidir un evento en el que le toca hacer un discurso o presentación. El viernes 21, en la ciudad de Monterrey, N. L. alcanzó su discurso más atendido en el análisis. Ni la presentación del operativo de seguridad en Michoacán iniciado en diciembre pasado. Ni el anuncio del fantasioso proyecto 20 – 30. Tampoco la presentación del Plan Nacional de Desarrollo el 31 de mayo. El primero de septiembre pasó prácticamente sin voz y al día siguiente fue insuficiente en el teatro del Palacio Nacional para destacar la voz presidencial.
Ha sido en la reunión con los “trescientos líderes” convocados por una revista que el presidente Calderón ha proporcionado el material de trabajo a los editorialistas. No fue un discurso geométrico, tampoco una proyección de las instituciones por construir. Una alocución envuelta en una filosofía de la historia, la de Ortega y Gasset, y la fe católica, en la que confrontó a la llamada minoría selecta con el México quebrado por el dolor y la injusticia. Una homilía que, como las de la misa, no son obligadamente atendidas por los creyentes.
A cuántos de los reunidos conmovió el discurso del Presidente y cuántos atenderán su llamado. Una convocatoria de un gobernante en el límite de la paciencia, que a su modo, lanza un ¡Ya basta! Quien desde un aparato crítico ecléctico se desgarra las vestiduras por formar parte de una élite que se ha elevado sobre la sangre y dolor de muchos mexicanos. Sensiblero y punto. Dejando la expectativa sobre decisiones por tomar. En días extraños en los que su antecesor ha captado de manera desmedida la atención mediática desde su torre de marfil del rancho de San Cristóbal. Cuando el crimen organizado sigue ensangrentando la vida nacional. En los momentos en el que el Congreso, con una saludable fiebre reformadora, sigue afinando un nuevo entramado para la convivencia.
La minoría selecta puede o no hacerle caso a Felipe Calderón, ahí se consumen las posibilidades de la convocatoria. Pero no están ahí los recursos del gobernante, que son los de la política, con los que puede transformar al país. Uno lo constituyen el gabinete en su conjunto, el aparato público y el presupuesto. Recurso sobre el que no se han dado los mejores rendimientos. El otro lo conforman los acuerdos con el Poder Legislativo, el Judicial, los gobiernos estatales y municipales.
Abierto a todas las interpretaciones, el mensaje presidencial no cuestiona en qué momento el país dio pie a la cobardía ante el que tiene una AK-47. Qué sucedió para que otra minoría se convenciera en hacer de la delincuencia organizada su modo de vida, muy a pesar del cristiano amor al prójimo y sin tomar en cuenta el amor al saber. ¿Fue acaso el amor al dinero? Para responder no será suficiente la filosofía de la historia, sino indagar la Historia donde se construyen socialmente los valores que guían a una nación.
Ha sido en la reunión con los “trescientos líderes” convocados por una revista que el presidente Calderón ha proporcionado el material de trabajo a los editorialistas. No fue un discurso geométrico, tampoco una proyección de las instituciones por construir. Una alocución envuelta en una filosofía de la historia, la de Ortega y Gasset, y la fe católica, en la que confrontó a la llamada minoría selecta con el México quebrado por el dolor y la injusticia. Una homilía que, como las de la misa, no son obligadamente atendidas por los creyentes.
A cuántos de los reunidos conmovió el discurso del Presidente y cuántos atenderán su llamado. Una convocatoria de un gobernante en el límite de la paciencia, que a su modo, lanza un ¡Ya basta! Quien desde un aparato crítico ecléctico se desgarra las vestiduras por formar parte de una élite que se ha elevado sobre la sangre y dolor de muchos mexicanos. Sensiblero y punto. Dejando la expectativa sobre decisiones por tomar. En días extraños en los que su antecesor ha captado de manera desmedida la atención mediática desde su torre de marfil del rancho de San Cristóbal. Cuando el crimen organizado sigue ensangrentando la vida nacional. En los momentos en el que el Congreso, con una saludable fiebre reformadora, sigue afinando un nuevo entramado para la convivencia.
La minoría selecta puede o no hacerle caso a Felipe Calderón, ahí se consumen las posibilidades de la convocatoria. Pero no están ahí los recursos del gobernante, que son los de la política, con los que puede transformar al país. Uno lo constituyen el gabinete en su conjunto, el aparato público y el presupuesto. Recurso sobre el que no se han dado los mejores rendimientos. El otro lo conforman los acuerdos con el Poder Legislativo, el Judicial, los gobiernos estatales y municipales.
Abierto a todas las interpretaciones, el mensaje presidencial no cuestiona en qué momento el país dio pie a la cobardía ante el que tiene una AK-47. Qué sucedió para que otra minoría se convenciera en hacer de la delincuencia organizada su modo de vida, muy a pesar del cristiano amor al prójimo y sin tomar en cuenta el amor al saber. ¿Fue acaso el amor al dinero? Para responder no será suficiente la filosofía de la historia, sino indagar la Historia donde se construyen socialmente los valores que guían a una nación.
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