Nunca vista por las generaciones de mexicanos que han nacido desde la posguerra mundial. La apertura del periodo ordinario de sesiones del Congreso siguiendo por nota la partitura del texto constitucional. Primero de septiembre día del Congreso con una invitación especial al Presidente. Así de simple, pero qué trabajo le cuesta al drama político mexicano muy en su inveterado gusto de proclamar héroes y villanos. Para muchos, así debió haber sido siempre, pero la terquedad de tener un salvador de la patria en cada presidente siempre se imponía, cuando el Titular del Ejecutivo daba órdenes en casa ajena y extendía invitaciones para que legisladores e invitados celebraran al mexicano más “poderoso”.
Pero eso ya no fue así el sábado pasado. El presidente Calderón fue recibido en San Lázaro y cumplió su obligación de entregar el informe sobre el estado que guarda la conducción del país. Muy a la libre interpretación del gobernante en turno, sea dicho de paso. A partir de ahora el primero de septiembre es el día del Congreso, ya se verá la fórmula de establecer un día del presidente, donde éste emita su mensaje a la nación. La verdad no tiene mucho sentido desde el sexenio pasado, pues cuando quiere el presidente se le enlaza en cadena nacional, además cuenta con imponente cantidad de spot y da de manera más asidua entrevistas exclusivas y sus colaboradores más cercanos ya no producen información de interés a la ciudadanía.
Todo estuvo bien, la ceremonia no provocó una reunión de la patria, sin parafernalia adquirió su verdadera dimensión burocrática. Lo malo, lo que rompió con tanta belleza fue sacar del aire en las televisoras privadas a la actual presidenta de la Cámara de diputados, Ruth Zavaleta, en el momento mismo en que anunciaba su posicionamiento partidista respecto de la legitimidad del actual titular de la Presidencia de la República, lo que también fue una desproporción. Enseguida se retiró la legisladora junto con los compañeros de su partido, lo que tampoco era necesario para los contenidos de apertura de sesiones y entrega de informe presidencial.
Para completar y agrandar la descompostura, al otro día el presidente del “diálogo” hizo su propia ceremonia informativa, Felipe Calderón preparó su monólogo dirigido a una audiencia dócil en Palacio Nacional, para dar su versión sobre la marcha del país. Desfile de emplazamiento de deseos sin describir proyectos por realizar, de cifras saludadas por aplausos, símil del régimen priísta y su día del presidente. Mensaje sin envergadura, en los límites de la tarea escolar de un niño de educación básica que quiere aprobar el ciclo escolar. Rodeado de tanto tecnócrata que se desvive en la procuración de la competitividad y la productividad, nadie le armó al presidente Calderón un cuadro con los indicadores de eficiencia de su gestión: gasto, resultado y parámetros internacionales. ¿Cuál fue el rendimiento de cada peso del erario invertido? Felipe Calderón quería la ceremonia cortesana ya que no se le había concedido el pugilato, el informe era lo de menos. Se buscaba una batalla mediática para que en las horas siguientes los aduladores dijeran: ganó Felipe, perdió el PRD. Y eso en nada beneficia al país, por el contrario, evidencia que la división persiste. Que entre el PAN y el PRD no hay confianza.
Por eso la negociación de las reformas se tendrá que concluir en septiembre sólo si la confianza se da. La reforma fiscal y la electoral serán un pacto tácito de las fuerzas políticas. Una reforma tendrá que dar satisfacción a los empresarios y los grandes consorcios, la otra a los políticos y los partidos. No se sabe hasta que punto esta disposición de intereses atienda el beneficio de la sociedad, eso tendría que apuntarse en el pliego de las reformas. De realizarse las reformas significarán, de acuerdo a su profundidad o aliento, el establecimiento de una coalición gobernante desde la cual se conducirá el resto del sexenio, pues la coalición electoral que llevó a Felipe Calderón a la Presidencia no alcanzó a transformarse en una coalición gobernante efectiva.
Pero eso ya no fue así el sábado pasado. El presidente Calderón fue recibido en San Lázaro y cumplió su obligación de entregar el informe sobre el estado que guarda la conducción del país. Muy a la libre interpretación del gobernante en turno, sea dicho de paso. A partir de ahora el primero de septiembre es el día del Congreso, ya se verá la fórmula de establecer un día del presidente, donde éste emita su mensaje a la nación. La verdad no tiene mucho sentido desde el sexenio pasado, pues cuando quiere el presidente se le enlaza en cadena nacional, además cuenta con imponente cantidad de spot y da de manera más asidua entrevistas exclusivas y sus colaboradores más cercanos ya no producen información de interés a la ciudadanía.
Todo estuvo bien, la ceremonia no provocó una reunión de la patria, sin parafernalia adquirió su verdadera dimensión burocrática. Lo malo, lo que rompió con tanta belleza fue sacar del aire en las televisoras privadas a la actual presidenta de la Cámara de diputados, Ruth Zavaleta, en el momento mismo en que anunciaba su posicionamiento partidista respecto de la legitimidad del actual titular de la Presidencia de la República, lo que también fue una desproporción. Enseguida se retiró la legisladora junto con los compañeros de su partido, lo que tampoco era necesario para los contenidos de apertura de sesiones y entrega de informe presidencial.
Para completar y agrandar la descompostura, al otro día el presidente del “diálogo” hizo su propia ceremonia informativa, Felipe Calderón preparó su monólogo dirigido a una audiencia dócil en Palacio Nacional, para dar su versión sobre la marcha del país. Desfile de emplazamiento de deseos sin describir proyectos por realizar, de cifras saludadas por aplausos, símil del régimen priísta y su día del presidente. Mensaje sin envergadura, en los límites de la tarea escolar de un niño de educación básica que quiere aprobar el ciclo escolar. Rodeado de tanto tecnócrata que se desvive en la procuración de la competitividad y la productividad, nadie le armó al presidente Calderón un cuadro con los indicadores de eficiencia de su gestión: gasto, resultado y parámetros internacionales. ¿Cuál fue el rendimiento de cada peso del erario invertido? Felipe Calderón quería la ceremonia cortesana ya que no se le había concedido el pugilato, el informe era lo de menos. Se buscaba una batalla mediática para que en las horas siguientes los aduladores dijeran: ganó Felipe, perdió el PRD. Y eso en nada beneficia al país, por el contrario, evidencia que la división persiste. Que entre el PAN y el PRD no hay confianza.
Por eso la negociación de las reformas se tendrá que concluir en septiembre sólo si la confianza se da. La reforma fiscal y la electoral serán un pacto tácito de las fuerzas políticas. Una reforma tendrá que dar satisfacción a los empresarios y los grandes consorcios, la otra a los políticos y los partidos. No se sabe hasta que punto esta disposición de intereses atienda el beneficio de la sociedad, eso tendría que apuntarse en el pliego de las reformas. De realizarse las reformas significarán, de acuerdo a su profundidad o aliento, el establecimiento de una coalición gobernante desde la cual se conducirá el resto del sexenio, pues la coalición electoral que llevó a Felipe Calderón a la Presidencia no alcanzó a transformarse en una coalición gobernante efectiva.
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