“Estamos, pues, ante una situación intermedia y compleja. Podemos detectar en ella trazas de todos los comportamientos pasados de la humanidad y de todos los comportamientos futuros. En efecto, o nos orientamos cada vez más hacia la no violencia o vamos a desaparecer por completo,”
René Girard
Amas a AMLO o lo odias, es un
enunciado equívoco si sobre el se quiere dirimir la contienda por la
presidencia de la república en este 2024. Es una enunciación perniciosa porque
opaca las postulaciones en concurso sin importar a qué alianzas o siglas
correspondan. En esta circunstancia las candidaturas están desarmadas para
alcanzar un futuro de fiar para todos. Encuestas, prensa, “podcast” y redes,
convertidos en medios para exaltar la frivolidad y lo grotesco. Lo cual no es
nada nuevo si recordamos la elección presidencial del 2000, se trató de la
incursión desbocada de la tecnopolítica.
Visitar a Francisco, jefe de la
iglesia católica, es un acto inútil por donde se le vea si no está acompañado
de una declaración pública conjunta. Todo queda resumido en la toma de fotos.
Esto bajo el supuesto no sustentado de que los mexicanos votan con la profesión
de fe por delante. La gente votará en la ilusión de conseguir una ventaja
personal, en el mejor de los casos. De nada sirve que una se declare católica
si es ostensible su conducta grosera. Tampoco sirve pasar la muleta afirmando
que la mayoría del pueblo es católico. Es propaganda que sólo oculta la crisis
de los creyentes en Jesús. Los censos podrán arrojar cifras sobre las preferencias
religiosas, pero ignoran la disminución creciente de una vida religiosa plena,
sin oportunismo. Los censos no registran la desevangelización, que es el
contexto real frente a la deificación del dinero y la fetichización que
acompaña al mercado. Así entonces, la visita al papa quedó neutralizada. Las
cifras censales no alcanzan a mostrar la evidente pérdida de vida religiosa
entre la población. Otro dato, el crimen y el delito pintan, más bien destiñen
el colorido de la pluralidad religiosa. Lo llamo el fracaso moral de la
sociedad y, desde esa condición, el fracaso de sucesivos gobiernos para someter
de tajo a la delincuencia en sus distintas denominaciones. El proyecto de
Constitución moral del actual gobierno fue desairado por la sociedad, por el
mismo pueblo.
Inexistente en esta disputa
política electoral es la reflexión sobre la violencia pese a los hechos que
revelan cuantiosa evidencia todos los días. El tema se utiliza como arma
arrojadiza de unos en contra de otros. Se le etiqueta bajo otro tema, el de la seguridad,
que no es lo mismo. Por eso la seguridad termina encallada como un subtema de
redistribución (AMLO) de uso de la fuerza (Calderón) o de mejorar leyes y
organismos de justicia (PRI neoliberal). Los remedios se han quedado cortos, la
violencia se ha vuelto endémica. La violencia del CO desasosiega a comunidades
y regiones. Parte de este aturdimiento es también la violencia intrafamiliar,
los acosos laboral y sexual. Al final de cada día son mecanismos de
sometimiento que pueden llegar a la aniquilación, lo cual sume al país en un
duelo inextinguible.
Para el caso, lo que subyace en
la violencia del CO es una disputa por la riqueza, en su representación
abstracta se le llama dinero. Para ejercer su violencia el capo y sus secuaces ocultan
su identidad bajo un alias y no deja rastro domiciliario alguno. Adoptan el
armamento y la indumentaria de los militares, aparentan ser devotos creyentes y,
si se da la oportunidad, se enmascaran como empresarios, llegan a estar en la
lista de FORBES. Es raro que quieran ponerse el disfraz del político, prefieren
extorsionarlo o pactar. El doble es su salvoconducto, los criminales nunca
pueden mostrar una vida de acuerdo con lo que son porque se inculparían
irremediablemente.
Junto a esto hay una creciente
normalización de la violencia, “así es la naturaleza humana”, dicen. Esta percepción
se refuerza a través de videojuegos y series listas para instruir: ser violento
es normal, preferible a ser agente de paz; tampoco ayuda la supuesta
colaboración del vecino, los Estados Unidos. Por un lado, se queja de que
México es el corredor del fentanilo que está matando a su gente, al tiempo, ininterrumpidamente
siguen proveyendo de armamento al CO. Los políticos estadounidenses son
incapaces de salir del círculo vicioso en el que están.
Sobre este desastre se podría
construir el eje del debate de la contienda presidencial del 2024. Hasta ahora
ningún candidato ha tomado en serio el problema de la violencia. Para
solucionar el problema primero hay que comprender el fenómeno de la violencia.
Por extensión, nada extraño
resulta que las candidatas y el candidato no se hayan pronunciado contra el
genocidio de la población Palestina ejecutado por el Estado de Israel.
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