La vida del actual sexenio toma
la cuenta de los meses. Juicios y vaticinios abundarán como un ejercicio ocioso
de lo que fue el laboratorio de la 4T. El primer gobierno proclamado de
izquierda bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador. Él ha dictado su
jubilación política a partir de la conclusión de su mandato constitucional.
Esta por verse si puede o lo dejan disfrutar de su ostracismo. El simple hecho
de aceptar la caducidad de su vida política echa por los suelos la imagen de
mesías construida desde la oposición. Pero el liderazgo adoptado tampoco tuvo
la forma del caudillo, que se distingue por mostrar habilidades de fuerza o
militares. AMLO ha presumido de atributos morales como el sello de su condición
de líder. Esto es más parecido a los patriarcas veterotestamentarios, que
tomaron a la moral junto con sus apremios, como la marca de líderes legítimos
del pueblo.
Pues bien, a esta caracterización
autoimpuesta por el fundador de MORENA, la sucesión vio a descomponer las
prendas morales, insuficientes para ir a la raíz de las causas. El aire de
superioridad moral daba lugar a fustigar a “la mafia del poder”, la cual en el
correr del primer año al mando del poder ejecutivo fue descrita con el término
politológico de oligarquía. Para los propósitos de la transformación, los
magnates de la oligarquía siguen ahí y no les ha ido mal. Ellos nada más
tuvieron que desaprender los excesos protagónicos instruidos por la teoría del
libre comercio. Muchos oligarcas, no todos, volvieron al redil de calladitos se
ven más bonitos. Lo que había que decirle al poder político fue en corto y en
palacio, como se hacia antes, en los tiempos del partido hegemónico; los
arrestos morales también fueron insuficientes para reducir el individualismo
extremo cultivado por el mercado. El imaginario neoliberal que pulsa los
apetitos egoístas salió fortalecido. El pueblo bueno, la revolución de las
conciencias, no alcanzaron para someter a los malosos, sobre todo si se toma los
acontecimientos violentos de los últimos meses. Se podrá argumentar que son una
minoría, pero es activa y muy dañina. Se ignoraron el proceso y los mecanismos
de individuación que, con radicalidad moderna, están despreocupados de toda
moralidad. Siguieron su arrollador curso con el agregado de las tecnologías de
la información.
Volvamos al tema de la sucesión,
de la construcción de la candidatura a la presidencia de la república del
partido gobernante. No mentir, no robar, no traicionar, apotegma transgredido.
El proceso, calificado en priísmo antiguo, fue desaseado. Dicho en tono de
vieja oposición, fue un proceso fraudulento. Se mintieron, robaron y traicionaron.
Lo que ha seguido a la postulación deja maltrecho el imperativo moral
obradorista. Tal como quedaron las cosas, el liderazgo de la 4T pasó de manos
del moralista a las de la científica. Su liderazgo se acomodará a la
legitimidad del conocimiento, parecido a como lo hicieron los positivistas
porfirianos, más recientemente los tecnócratas criollos acunados en el
neoliberalismo.
Total, queda la sensación, la
transformación fue como revisitar al Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
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