A estas alturas del sexenio, el
obradorismo vive una desorientación contrastante con el entusiasmo del primero
de diciembre de 2018. Entre el fanatismo y la decepción carecen de punto de
apoyo acorde con las esperanzas despertadas. Está condición es inocultable
después de operar la encuesta cocinada en agosto-septiembre recién. Desde el
momento de la impugnación del proceso para definir la coordinación de la 4T, se
han emitido bolas de humo que no se apiadan de certeza alguna. Marcelo Ebrard
puso a prueba la realidad actuante de la consigna “no mentir, no robar, no
traicionar.” La comisión de honestidad y
justicia que recibió el reclamo por escrito calló. El ex jefe de gobierno
recurrió al Tribunal Electoral para que la comisión citada acusara de recibo.
Las momias siguen callando. Ha pasado un mes y no hay ratificación o
rectificación derivada de una resolución a lo interpuesto. La escenificación de
la entrega del bastón de mando fue un acto grotesco y deja las cosas sin
resolver. Peor aún, Claudia Sheinbaum se pone a recorrer el país calzando las
zapatillas del espuriato que le ajustó la impugnación, no se las ha podido
quitar. Para completar el desconcierto, en sus recorridos la ex jefa de
gobierno comienza a cooptar políticos del PAN y el PRI que descarrilaron las
reformas de la segunda mitad del sexenio, propuestas por López Obrador. Una
purificación instantánea y del desagrado de las bases obradoristas.
Para llegar a este punto es
imprescindible seguir una línea del tiempo y localizar el otro punto, donde se
jodió la 4T.
2019 la disposición de un nuevo
reparto a través de programas sociales, proyectos de infraestructura, cobro más
efectivo de impuesto y administrar la deuda heredada. El momento keynesiano.
2020 atención a la pandemia por
Covid-19, espectacular coordinación de médicos, militares y diplomáticos, para
conseguir, distribuir y aplicar las vacunas, de esta forma reducir los
contagios.
2021 aceleración de la vacunación
anti-COVID. Año electoral. Se definen gubernaturas pintadas de guinda, así como
se pierden posiciones en la Cámara de Diputados. El partido oficial no puede
avanzar las reformas. López Obrador comienza la construcción de la candidatura
de Sheinbaum. Aunque lo niegue, el presidente se mete en la sucesión y él
comienza a descomponer el lema “no mentir, no robar, no traicionar.”
2022 la avanzada para acomodar
las piezas del juego sucesorio se descoloca cuando Ebrard comunica al
presidente y se hace público, su interés por disputar la candidatura
presidencial de la coalición de partidos oficialistas. Se acelera la
construcción de la imagen de la Doctora. En otro tema, para final de año queda
roto el mejor entendimiento con el Poder Judicial al cambiar la presidencia de
la Suprema Corte.
2023 lo que va. El todavía
canciller conmina a la dirigencia de MORENA a dar certidumbre, reglas y equidad
al proceso de la encuesta. La cargada a favor de Claudia está en curso y el
presidente la tolera con un toque de cinismo. El proceso ya no sólo está
intervenido desde la presidencia, también participan gobernadores, legisladores
y dirigentes del partido. La encuesta se cocina pasteurizando su mejor
ingrediente, el de la aleatoriedad.
Lo consignado es un retroceso al
año de 1987, cuando Miguel de la Madrid inventó la famosa pasarela de miembros de su gabinete para
disfrazar el dedazo y con ella reventó al PRI. Se formó el Frente Democrático
Nacional con la conducción de Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio
Muñoz Ledo. Cosas de la vida, esa ruptura animó a López Obrador a salir del
PRI. Ahora la encuesta disfrazó el dedazo promovido por él. AMLO esperaba que
nadie dijera nada, que aguantaran a los tiempos y modalidades dictadas por él y
así planchar una candidatura de unanimidad para realizar la unidad. El elefante
reumático de la burocracia del partido le ha asestado un duro golpe al
movimiento al limitarse a un de intercambio de señales. Al mánager se le fue el
juego a extra innings.
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