Érase una vez, el principal
instituto político de la derecha (PAN) sobrevivía en la inclemencia del partido
de Estado (PRI). La intransigencia como sello distintivo puso a la derecha electoral
en condición desvalida. En ciertas esquinas, durante los setenta, promovía la
rifa de vochos. Orgullosa de su identidad católica y proempresarial, se ofrecía
como el partido de la decencia para contrastarse con los desvíos del partido
gobernante, el de la corrupción y el control vertical de las elecciones.
Las confrontaciones de los
gobiernos de Echeverría y López Portillo con los empresarios dieron la pauta
para que las organizaciones gremiales del empresariado volteasen a mirar hacia
el PAN con el fin de utilizarlo como instrumento gestor de sus intereses en el
campo de la política. En ese entonces los líderes de las corporaciones se
declaraban apolíticos y comenzaron a migrar hacia el PAN. El neopanismo
despegaba en el Norte del país.
La refundación de ese partido se
dio en 1988 tras controvertida, por fraudulenta, elección presidencial. El
pacto fáustico con Carlos Salinas de Gortari y la primera generación de
reformas estructurales. Los blanquiazules las presumieron como propias, los
tricolores se plegaron a su programa. El nacionalismo revolucionario se
convirtió en pieza de museo, el libre comercio ocupó su lugar como guía de los
destinos de la nación.
En diciembre de 1994, la confrontación Salinas-Zedillo adquirió la nota de leyenda urbana. Lo efectivo, la continuidad del proyecto económico liberalizador extremo estaba fuera de toda duda. La consolidación del poder económico sin marcha atrás era la certidumbre compartida por las élites. A las gubernaturas que el PAN comenzaba a sumar, avanzó en su alianza con el PRI al recibir la concesión de la PGR. En seguida, la aprobación del rescate bancario que convirtió deudas privadas en públicas. fue prueba de su lealtad al régimen de cohabitación.
Dando y dando,
en aprecio a su labor de legitimación, se dio el acceso panista a la
presidencia de la república confirmando al incontestable poder económico. La
alternancia una puesta en escena. Con Vicente Fox al frente, éste y la nomenklatura
panista mostraron su pragmatismo rapaz. Su hora de robar les había llegado, el
secretario de Hacienda les allanó el camino. Lo fundamental fue afianzar el
poder económico costeado por el Estado. Libre comercio de dientes para afuera.
Para el 2006, la oligarquía defendió con todo a un candidato proclive a ejercer
la violencia. Con Felipe Calderón el PAN se superó, le agregó su alianza con el
crimen organizado disfrazada con la declaración de guerra al narcotráfico.
Para el 2012, los panistas le
devolvieron el favor al PRI, Enrique Peña presidente. Fuego fatuo para
continuar el servicio de los poderes públicos a grupos empresariales
insaciables. En esas promisorias condiciones se operó la segunda generación de
reformas estructurales. Pero se distanciaron a la hora de compartir el pastel
en el 2018. De nada sirvió el destape de José Antonio Meade por parte de Claudio
X. González Laporte en el 2017. A los magnates se les salió de control la
sucesión y en esa fisura se encumbró Andrés Manuel López Obrador. Será por eso,
que de manera temprana Claudio X. Jr. ha tomado el control de la oposición de
derecha por encima de las estructuras partidistas. Líderes de grandes empresas,
no son todas, se aprestan a jugar al margen de la ley. Les da igual cualquier
candidato opositor, en el fondo los desprecian, no están a su altura. Preparan
su plan B: la asonada.
A la élite de derecha no le
interesa la democracia, ni el libre comercio. La víscera y los prejuicios les
gana. Profundizar desigualdades es su verdadero propósito.
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