La izquierda en México ha pasado
por condiciones diversas en un arco que va de la clandestinidad hasta su
integración formal al juego electoral. Buscó el liderazgo del movimiento de los
trabajadores en el campo y la ciudad, se estrelló con la otrora fortaleza del
corporativismo priísta En su frustración, la izquierda experimentó la lucha armada,
el fracaso le enseño que ésa no era la vía. La participación electoral no ha
sido su mejor historia, hasta que surgió MORENA. Anteriormente, la izquierda
partidista terminaba al servicio de poderes establecidos, el dinero fue el instrumento
para someterla y disuadirla de una vinculación amplia y firme con la sociedad.
Esto es, la izquierda desde el PPS al PRD quedó constreñida a la disponibilidad
del presupuesto.
AMLO ha hecho imaginariamente el
recuento de esta historia de sinsabores y ha conformado una izquierda que se
quiere en acción permanente sin limitarse a los ciclos electorales, para
mantener una base social viva que no dependa solamente de los recursos públicos
para movilizarse, sino de una orientación ideológica. Esta izquierda por
consolidar tiene dos eventos decisivos: la revocación del mandato en este 2022
y las elecciones presidenciales del 2024.
La radicalidad de la izquierda de
AMLO no pasa como expresión de los trabajadores movilizados y organizados, como
lo fue en el siglo pasado en la mayor parte del mundo. Ese proyecto de clase no
está sobre la mesa. Eso sí, se ha esmerado por mejorar el salario mínimo y
suprimir legalmente la subcontratación. Fuera de ahí, la ley y la negociación
laboral son el marco de entendimiento de la relación obrero patrón, como ha
sido por décadas, con el plus de una autoridad que no promueve sindicatos
blancos, ni charros. Ni los encuadra dentro de organización partidista alguna.
Los sindicatos son libres. Lo mismo procede para las organizaciones del campo,
evitando la connivencia entre los líderes agrarios y la autoridad. Por eso los
recursos a los campesinos ya no son distribuidos por las centrales. La
izquierda obradorista no es corporativista.
Con respecto al pasado, la
izquierda que dirige al actual gobierno es nacionalista y proviene de Lázaro
Cárdenas (PRM) y López Mateos (PRI) Nacionalismo que fue expulsado por los tecnócratas
del viejo partido. En su horizonte los actos expropiatorios no se vislumbran,
nada más se funda en la revitalización de empresas públicas, lo que sobrevivió
a las privatizaciones.
Hay una izquierda que no procede
del ideario campesino, obrero o nacionalista, a la que por comodidad llamaré “amlovers”.
No tienen vinculo con la izquierda del pasado, pero por AMLO se han convertido
a la izquierda y hace no pocos años les era difícil imaginarse en ese color del
espectro político: clase media, empresarios, hartos de pagar el “impuesto de la
corrupción”. Se adhieren al discurso moralizante de López Obrador, que fija su
posición radical frente a los gobiernos que le antecedieron.
En esta construcción obradorista
de la izquierda, los pueblos originarios -los arqueológicos y los vivientes-
constituyen referentes de identidad y solidaridad respectivamente para
amalgamar lo heteróclito. Las distintas cepas de la izquierda que gobierna
México son ya el blanco preferido de la derecha para romper la unidad del
movimiento y “sectarizarlo”. El meollo del momento de definiciones.
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