“El racionalismo económico, del que somos herederos, postula un tipo de acción ‘económica’ sui generis. Conforme a este punto de vista, el actor -sea el hombre, la familia o la sociedad en su conjunto- se enfrenta a un entorno natural que no proporciona de inmediato los elementos necesarios para la vida. La acción económica -o, más precisamente, la acción de economizar, la esencia de la racionalidad- se considera entonces como una forma de disponer del tiempo y de la energía con miras a lograr el máximo de objetivos en la relación del hombre con la naturaleza. Y la economía es el lugar en el que se lleva a cabo dicha acción. Por cierto, se da por descontado que el funcionamiento de esta economía puede estar influido por otros factores de carácter no económico, sean políticos, militares, artísticos o religiosos. Pero el núcleo esencial de la racionalidad utilitaria continúa siendo el modelo de la economía.”
Karl Polanyi
Uno de los frentes desde donde se
ha querido disminuir en proyecto de la 4T es el del medio ambiente. Se parte
del falso supuesto de que anteriormente todo estaba bien encaminado. Son en los
proyectos de infraestructura (el aeropuerto, el tren, la refinería) sobre los
que la oposición ha concentrado su diferendo ambiental con el gobierno. El
aeropuerto Felipe Ángeles sobre una antigua base aérea, el Tren Maya aprovecha
derechos de vía establecidos con anterioridad, la construcción de la refinería
de Dos Bocas es viable ante la carencia de una inmediata alternativa que
sustituya el uso de gasolinas. Esgrimiendo lo ambiental están los intereses del
fallido aeropuerto en Texcoco, de los beneficiarios de la reforma energética y
de intereses regionales. Se trata entonces de una polémica ambiental o de una
lucha de poder.
Se manifiesta un ambientalismo
interesado, que se dice defensor de la naturaleza y al tiempo es pusilánime a
la hora de señalar al régimen capitalista como la fuente más poderosa de
devastación ambiental.
Cierto es que las oficinas
gubernamentales abocadas al medio ambiente proliferaron y se legitimaron de
manera continua y sectorizada de la mano de sucesivos gobiernos neoliberales.
Siempre como un sector subordinado a la tecnocracia de Hacienda y sin
contraponerse al modelo económico, hasta en la vertiente más proteccionista que
son las Áreas Naturales Protegidas.
Para establecer esta cabeza de
sector del aparato estatal se requirió del apoyo de varios profesionales para
darle lustre técnico a la operación de esta burocracia de cuño reciente. La
carrera de biólogo ya no fue sólo un destino académico, tomo plaza en la
burocracia. Surgieron especialidades en derecho e ingeniería ambiental, se
formaron despachos o consultorías, se fundaron organizaciones no
gubernamentales o de la sociedad civil. Todo apuntaba a un beneficio superior
en el trato al medio ambiente. En el camino se descompusieron afanes y se
procreó la demagogia ambientalista. De sus laureles no florecieron estudios
críticos sobre la reforma al artículo 27 Constitucional, ni protestas contra la
expedición de concesiones mineras, ni oposición a la autorización del maíz transgénico
o a la aprobación del fracking. Eso sí, los laureados ambientalistas
desarrollaron con sagacidad una relación quid pro quo con gobernantes
neoliberales.
La verdad es que hubo una vez un
ciclo naturaleza-consumición-naturaleza, totalmente arrollado, reducido a
muestras insignificantes por la fórmula D-M-D. Fórmula esta
nada amigable con la
naturaleza.
¡Feliz Noche de Reyes!
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