martes, 10 de diciembre de 2019

Transformación visible


Érase un país bajo el (des)concierto de tres fuerzas políticas dominantes. La ideología, el proyecto, habían quedado en un plano fuera de jerarquía, en una proyección más bien gris. La lucha política por el poder quedó resuelta con la distribución de dineros públicos, los provistos en la legislación de organizaciones políticas y los adquiridos por el acceso a cargos públicos y el manejo de presupuesto (Contratos, moches y todas las maneras posibles de hacer de la política no solo una actividad remunerada, sino lucrativa)

El consenso entre las burocracias de los partidos estaba bien aceitado. Sus defectos eran corregidos, un decir, por el diseño de estructuras de poder no emanadas directamente del pueblo, sino de las negociaciones entre los partidos. Los entes autónomos, los consejos ciudadanos también, pese a vicios de origen, se escudaron en la “legitimidad” del experto. Los defectos de los políticos quedaban subsanados con el virtuosismo del mérito de los eminentes. Ello con una lógica perversa subyacente. Siendo la democracia el gobierno menos malo, arrastraba el defectillo de elegir a los “incompetentes”, seres incapaces de conducirse conforme a la ley. En esa lógica había que ingeniárselas para convocar a los “competentes”, buenos para cualquier cosa menos para granjearse el voto popular.

George Grosz, Los pilares de la sociedad (Óleo, 1926)

El país tenía resuelto el déficit de capacidades asociado al ejercicio de la política como profesión, construyendo espacios y disponiendo recursos para los que si sabían cómo funcionaba la cosa pública y acotaban los excesos de los políticos, también un decir.

En ese circo de dos pistas, la de los políticos y la de los expertos, se fue creando un galimatías tecno-burocrático en el que lo que se invocaba se alejaba. Así, la prosperidad era opacada por la pobreza, la transparencia por la corrupción, la justicia por la impunidad, la seguridad por la violencia criminal rampante, las políticas sociales por el incremento de la desigualdad. El encanto de la democracia elitista se vino abajo. La impunidad, la violencia criminal, las desigualdades sociales se declararon irremontables por parte de los personeros del “establishment” . Eso sí, los privilegios adquiridos por los políticos y los expertos se decretaron inclaudicables.

Así fue como un día de elecciones, en ese país el pueblo cual niño terrible, hizo pedazos los arreglos de la era llamada neoliberal. Se transformó la política como una actividad de servicio público, lo que en un país moderno es normal ¿Por cuánto tiempo? La próxima elección federal, todo el sexenio, uno más. Depende de que ese pueblo refrende o niegue la continuidad.

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