En la víspera del 109 aniversario
de la Revolución Mexicana. En la coincidencia con una presidencia de la
república que reivindica la justicia social. Tercera transformación le llama
López Obrador. Después de varios lustros de deslavamiento simbólico de la gesta
de 1910, ocurrido bajo la dictadura del pensamiento único del consenso de
Washington, que acomodó las fichas para crear a nivel mundial una mínima base
social, es decir excluyente. Siguiendo a Pareto, parafraseándolo, si el
gobierno no puede satisfacer a todos, que al menos lo haga con un porcentaje de
la población que no sea igual, ni mayor al cincuenta por ciento. Pongámoslo
así, que se satisfaga a los que tengan educación superior y que no realicen
trabajo manual, bajo el convencimiento de que la desigualdad social es una
necesidad. Por eso les irrita el modelo de austeridad republicana que no es
otra cosa que priorizar los recursos públicos para, de manera lo más directa
posible, enfocarse en los que menos tienen. Se les acabó la piñata, se sienten
abandonados.
Adoración, de Alfred Kubin
Una porción de estos abandonados
de nuevo cuño se considera “progres”, “liberales”, “demócratas”, de “izquierda”.
Dos sucesos han sacado a relucir de lo profundo de su corazón sus sentimientos
clasistas y racistas, su proclividad a defender actos represivos, su
incredulidad sobre el combate a la corrupción. El nombramiento de una activista
social al frente de la CNDH, así como la concesión del asilo político al
depuesto presidente de Bolivia, Evo Morales, son dos acontecimientos que
sacaron a flote el fascista que llevan dentro supuestos demócratas. Tuvieron
más tolerancia con los dislates de Fox, con las acciones represoras de Calderón
bajo el eufemismo de daños colaterales, hasta la corrupción del gobierno de
Peña la toleraron a cambio de un sistema nacional anticorrupción que se pasmó
en su gobierno. Uno tras otro, los tres expresidentes mencionados destruyeron,
hasta donde pudieron, la riqueza nacional petrolera. Estos tres utilizaron al
Ejército fuera de su mandato constitucional. Eso sí, la minúscula y excluyente
sociedad civil de los que ahora se sienten abandonados de la gracia
presidencial, no le toleran nada al presidente Andrés Manuel. Bueno, digamos
que defienden sus intereses, es lógico.
Más lógica es la rabia si procede
del Partido Acción Nacional, partido que en los últimos años conoció lo que es
vivir dentro del presupuesto, de cómo el servicio público se conectaba
directamente con el enriquecimiento de su patrimonio. Nunca habían tenido tanto
dinero en sus manos y jamás recapacitaron en el costo para el país que ha
resultado el sostener a los mantenidos de la política. Por eso también se
sienten abandonados, están desesperados.
A todo ello no contaron con que
la ciudadanía ordenaría un mandato fuerte para López Obrador. Su peor pesadilla
es que en las próximas elecciones federales el presidente salga más
fortalecido. Les duele que grupos de interés ya no capturen instituciones. Les
gustaría un escenario golpista como el que promovió la renuncia de Evo Morales.
Son los principales interesados en debilitar las instituciones con el propósito
de garantizar injusticias y mantener desigualdades sociales, más allá y en
contra de lo que significa una amplia formación de ciudadanía.
Esto apenas ha comenzado.
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