Rosario Piedra Ibarra tiene toda
una vida como defensora civil de los derechos humanos, mucho antes de que se
pusiera de moda en la hipocresía de gobernantes tecnócratas y autonombrados
líderes de la sociedad civil. A Rosario le ha correspondido, por amor filial, acompañar
y participar en la lucha de su madre (Rosario Ibarra de Piedra - Medalla
Belisario Domínguez 2019) por la libertad de los presos y desaparecidos políticos
desde la década de los setentas del siglo pasado (el caso de su hermano Jesús es un ícono de esta lucha) De darse el arribo de Rosario a la Comisión Nacional
de Derechos Humanos, llegarían vientos frescos a ese organismo autónomo.
La CNDH ha sido coto de los
togados académicos del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. De
llegar al cargo, Piedra Ibarra sería la primera persona en representar a las
víctimas y darles voz, para así sacarlas del silencio obligado que les impuso el
antiguo régimen.
Por eso la rabiosa oposición del
Partido Acción Nacional y sus senadores a esta real luchadora. La angustia los
acucia. Responsabilidades negligidas que dieron lugar a la violación de
derechos en San Mateo Atenco, Edomex; Pasta de Conchos en Coahuila; Guardería
ABC de Hermosillo, Sonora; los dos estudiantes asesinados por la policía de
Felipe Calderón en las instalaciones del Tecnológico de Monterrey, en Nuevo
León, son algunos de los casos que la nomenclatura panista no quiere que
vuelvan a la conversación pública y se renueve su ventilación en las
instituciones de justicia.
Entretanto, debería formarse un
consenso sobre las reformas a la CNDH. Tal como ha venido funcionando esa Comisión
es una caja vacía, caja que promete maravillas y no se ve nada, como aquella
del Entremés Cervantino. Se ha dicho hasta el cansancio que la CNDH no tiene
dientes, ello para justificar sus magros o nulos resultados en la defensoría de
los Derechos Humanos. Es una instancia gris, sin capacidades judiciaria y de
ministerio público. Solo hace recomendaciones a las autoridades bajo sospecha y
sin mayores consecuencias.
Castrada de origen, la Comisión se
ha plegado a los sucesivos gobiernos desde su fundación. Será por eso por lo
que el reconocimiento social no le llega, habituada a una onerosa
subordinación. Onerosa en doble sentido, por lo costosa y por el bajo
rendimiento en la prosecución de los Derechos Humanos.
Y sí es vital para la democracia
fortalecer a la CNDH como la institución de contención y reversión de acciones
autoritarias, golpistas, que cancelan de facto los Derechos Humanos. Posiciones
que toman aliento y promoción desde el Partido Acción Nacional.
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