“El ambiente está lleno de
números y miasmas.”
Karl Kraus
Tiene sentido hablar de
correlación de fuerzas cuando un actor social y político -los empresarios- han
capturado la atención, han acaparado la interlocución con el gobierno. El
modelo de poder gestado en la era tecnocrática quedó definido en la negociación
casi exclusiva de los grandes empresarios y sus cúpulas con el gobierno de
turno. Un gobierno para los empresarios. Un país de corporativismo único.
Hablar de la correlación de fuerzas acaso no es un resabio de la lucha de
clases cuando el poder económico ha extinguido el poder de otras fuerzas
sociales.
Qué ha sido de la fuerza
organizada de los asalariados para negociar, orientar, sugerir al poder
político. Está postrada, aplastada y, en algunos casos, resistiendo. La CNTE,
en primer lugar, y el Sindicato de Trabajadores Minero-Metalúrgicos de la
República Mexicana, el sindicato de Mexicana de Aviación y el SME golpeados a
mansalva. Del otro lado está la proliferación de sindicatos blancos al servicio
de las empresas. Los líderes de sindicatos nacionales del sector energético,
electricistas y petroleros para precisar, convertidos en empresarios
suigéneris, cuyo negocio es administrar el contrato colectivo para su
enriquecimiento personal.
Las organizaciones campesinas
siguieron un derrotero paralelo de decadencia. Cancelado el reparto de tierras,
los líderes agrarios trataron de orientar a sus bases hacia el empoderamiento
productivo, pero se transformaron en administradores de las demandas de los
productores, negociando partidas presupuestales con los diputados y
ejerciéndolos sin fiscalización efectiva. Otra forma bastarda de emprendimiento.
La hegemonía empresarial
prescindió de la correlación de fuerzas al quedar inutilizados los
competidores. La reconfiguración del sistema apuró la democracia electoral. Los
partidos quedaron enchufados al presupuesto y se desentendieron de consolidar
su base social y extenderla. El dinero público fue una tentación, un veneno que
los separó de la sociedad civil entendida en su sentido clásico. Se entiende
porqué el triunfo de MORENA en 2018: con menos recursos se dedicó a formar una base
para esa coyuntura electoral.
Se acabó la lucha de clases
dentro de la Constitución e inició la ciudadanización sin detallar en qué
consistía. Murió la sociedad civil gramsciana y, como sucedáneo, surgieron las organizaciones
civiles. Sin corregir el aparato público, ni fortalecer la división de poderes,
surgieron los organismos públicos autónomos. Así se justificó la “ciudadanización”.
Los entes autónomos, fundados sobre el desprestigio de los gobiernos, como la
piedra angular sobre la que se acomodaría el Estado, el mercado y el
ciudadano/consumidor. Pero no ha sido así: asesinatos y desaparecidos por la
mano de la violencia criminal, incrementos en el presupuesto de egresos de la
federación que estimularon la corrupción antes que promover el desarrollo. La
desigualdad imperturbable.
La ciudadanización, como acción y
como discurso, se empañó con el sentimiento de desprotección que impera entre
los ciudadanos.
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