Se han cumplido nueve semanas de
la histórica elección del primero de julio de 2018. Juicios, sentencias
adelantadas sobre el próximo gobierno vienen y van. Todavía no anda la
criatura, ya la quieren ver como velocista, o quieren que se tropiece cuando ni
siquiera ha iniciado. Mientras más cunde el palabrerío la incertidumbre prima.
Schrödinger nos visita.
Los informadores, los columnistas
en particular, padecen la transición. En parte porque los personeros de la
fuente van de salida, tienen que establecer nuevos vínculos con los que llegan.
Asegurar que habrá un cambio total en el esquema de comunicación gubernamental de
la próxima administración está por verse. La información del gobierno será
pareja para todos o, como dicta la tradición, unos serán los agraciados.
El primero de julio se barrió a
la partidocracia y surgió un partido hegemónico en tanto sustentado por los
votos. Mientras tanto, no hay nuevo gobierno en funciones hasta que legalmente
no haya asumido responsabilidades.
Lo que se lee en la prensa tiene
la impronta de los que se van y de quienes no quieren ver afectados sus
intereses. Eso pasa cada fin de sexenio. Con lo que se dispone en la cartuchera
se han enfocado señalamientos a personajes como Manuel Bartlett, Olga Sánchez
Cordero o Carlos Urzúa. Del primero se saca a relucir su pasado en tanto jefe
de la policía política que fue al frente de la secretaría de gobernación
durante la gestión del presidente de la Madrid. Bartlett, como pocos, conoce
como se asentó la tecnocracia en el poder: debilitando las empresas públicas.
Tiene lógica su arribo a CFE; de la ministra Olga Sánchez Cordero ya se dice
que está desmantelando a Segob. Pero también resulta lógica la asunción de una
persona que conoce de los avatares jurídicos de los últimos años; el otro personaje,
el designado para ocupar la cartera de Hacienda, se le ha ninguneado, se le ha
tachado de inexperto, el que no conoce a fondo la performance requerida para manejar las finanzas públicas. Cuando
resulta lógico poner a alguien que no es cortesano del poder financiero, quien
tiene las bases de conocimiento (matemáticas) para abrir los secretos mejor
guardados de la hacienda pública, en el lugar donde se blanquea la corrupción y
se investiga con fines políticos a los opositores.
Lo lógico no es garantía de
efectividad, cabe aclarar. Pero si el cambio no es un espejismo, entonces se
acabó lo que se daba.
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