martes, 5 de diciembre de 2017

Ficción colectiva, otra vez

“Más es cierto que la filosofía política de la modernidad no podrá salir de sus contradicciones si no toma conciencia de sus raíces teológicas.”
Giorgio Agamben

Mi agrado no es repetirme, pero el eterno retorno es más poderoso y se impone: nada cambia. José Antonio Meade, el tecnócrata, ha sido elevado como el más firme candidato del PRI a la presidencia de la república. Para operar su nominación se le ha dado el empaque del Mesías, el salvador que todo lo puede ¿Y qué no las reformas nos situaban en la tierra prometida? Una narrativa que aplasta cualquier pretensión de modernidad. Reportajes y comentaristas en la cargada ¿Y cómo de la doctoral contemplación de la macroeconomía se pasa a ser Mesías? Una cosa no va con la otra, salvo que hablemos de prestidigitación política.


Hagamos a un lado la vulgarización. De principio consideremos la ficción colectiva del Mesías en su positividad como la aspiración del Israel arcaico. Como la unción de los antiguos reyes judíos en un primer momento. Después, el Mesías como la esperanza de un pueblo desplazado, de Mesopotamia, de Egipto. No bien encontró su territorio en Palestina fue sometido por el Imperio Romano y luchaba por su liberación. De nuevo la diáspora. El Mesías como un paliativo para tiempos difíciles, mientras se llegaba a un arreglo con los poderes dominantes.

Hasta que llegó el Galileo hace ya más de dos mil años. Entonces no hubo autoridad religiosa, ni rey de Judea, ni mercaderes que contuvieran por las buenas al auto proclamado Mesías. Jesucristo, un quiebre y una continuación. Reavivó la esperanza mesiánica, la extendió, la universalizó por la vía de los evangelistas y, junto al helenismo, le dio forma a Occidente. Del Pueblo elegido se pasó a la hermandad entre los seres humanos.

En todo ello quedo una creencia latente en la salvación. El sufrimiento y la pobreza superables por el ensalmo del salvador. Un mito que en cada situación difícil renacía. Para los cristianos, la conclusión del primer milenio se recibió con expectación por la profecía juanina, que en el Apocalipsis anunció el fin del mundo y la llegada del Mesías. Mucho alboroto se formó en la Edad Media. Desde el lado del judaísmo, el fundamentalismo jasídico mantuvo viva la llama del mesianismo.

Eso ya es historia. Lo destacable es su reformulación como creencia laica acerca de un hombre que tiene la solución a todos los problemas que aquejan a una sociedad y al cual se le entrega la confianza absoluta para lograr la sanación social. En ese brete han metido a Meade, pues no es ajeno a las políticas de desprotección -el embate exitoso de los tecnócratas en contra del proteccionismo de los últimos años. Exitoso relativamente ¿Para quienes? La desregulación de los derechos sociales vino acompañada de una sobrerregulación protectora de la iniciativa privada. Robin Hood invertido.

Con el ascenso de la tecnocracia, la imposición de un paradigma económico parecía prescindir de los mitos desde el presidente gris. A contracorriente se construye la imagen mesiánica del candidato único del PRI y no caen en la cuenta de que, desde la derecha (incluida la liberal) la plaza del mesianismo se la habían asignado a López Obrador en una connotación abiertamente peyorativa ¿Cómo le vamos a hacer para distinguir al bueno del malo? 

Acaso habrá que recurrir a San Juan evangelista y a uno de los dos declararlo Anticristo. Ese imaginario religioso se prodiga cuando se da cabida a la “liturgia” y se inicia una disputa por la simbolización religiosa como figura que vela la disputa por la nación. Ya Meade se registró como candidato en una fecha litúrgica del calendario católico, el primer domingo de adviento. Ya AMLO anunció registrar su aspiración presidencial el 12 de diciembre, día de la conmemoración la Morenita, la Virgen de Guadalupe, insignia del catolicismo mexicano.

La ficción cuenta y cuenta mucho. Aquí nada más la consigno. Prometo volver a la realidad.


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