miércoles, 19 de julio de 2017

Vamos por lo justo

Desde que los gobernantes se plegaron a la presión y decidieron dar el giro para hacer más confiable al país para los inversionistas (en cierta medida ya lo era, la industria automotriz y farmacéutica establecida con anterioridad lo demuestra) una nueva Estrella Polar marcó el rumbo. Mudanza fechada em primero de enero de 1994, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio para América del Norte. México ha contado con esa defensa para no ser objeto de admoniciones por el estado que guarda su salud pública, caso contrario al de Venezuela. Para las potencias económicas dominantes México ha corregido su andar y es digno de participar o atestiguar, según se le quiera ver, en el banquete del G20. El 7 y 8 de julio, por ejemplo, México mantuvo ese reconocimiento en la cumbre de Hamburgo, dentro de una agenda encabezada por tres temas: libre comercio, cambio climático y terrorismo. Una agenda que invisibiliza el desastre extendido por todo el país, real y percibido. El descontento de muchos mexicanos lo ignoran o no lo quieren ver líderes como Angela Merkel. Larga noche oscura, ajena al cuento de hadas prometido por los ultraliberales. Cierto, es un asunto que compete a los mexicanos, el haber adoptado recetas sin crear el constructo social hacia la prosperidad ha dislocado la convivencia. Otro gallo cantaría si la modernización de entre siglos hubiera tenido entre sus fortalezas menos corrupción, mejor seguridad pública y sin tanta desatención de los derechos sociales. No fue así. En la cumbre de Hamburgo 2017 no se priorizo el tema de la corrupción, de la inseguridad, menos de los derechos sociales. El México desigual y dolorido no aparece en las cumbres de los países poderosos, ese México que no desaprovecha día para mostrarse.



Así tenemos un botón más del México crudo que se le regaló al mundo el miércoles 12 de julio. En una carretera reconstruida, recién modernizada que atraviesa la ciudad de Cuernavaca, capital de estado de Morelos, se abrió un socavón. Es un caso similar al de la línea dorada del metro en la ciudad de México, que no duró un año en servicio y tuvo que ser sometida a reparación mayor. Esto no pasa en Alemania, una obra pública tiene durabilidad garantizada. Y no es por falta de ingenieros, es el acuerdo corrupto entre funcionarios y empresarios de la construcción el origen de lo que después aparecen como vicios ocultos. Las obras de infraestructura son una ventana de oportunidad magnífica para la corrupción cuando el régimen presupuestario está dispuesto para la expoliación, con las seguridades de que se hace dentro de la ley y ocultar el peculado. De esta manera, obras modernas como el paseo Tollocan en el estado de México no envejecen, sencillamente son destruidas para dar paso a la pasión por la infraestructura y a la riqueza del Grupo Atlacomulco.





Airadas, las élites reclaman con razón incompleta la indisposición de los gobiernos -federal y locales- para combatir la corrupción y relanzan el estribillo “vamos por más”, como si se tratara de un enrachado y codicioso jugador de casino. Su indignación no alcanza para las familias ensombrecidas por el asesinato con lujo de violencia de uno de sus miembros, no se dirige a detener y revertir desposesión de pueblos y comunidades de las tierras, bosque y aguas que les pertenecen. Una indignación muda ante el deterioro de las condiciones de trabajo, la depreciación de derechos que no dan para una vejez decorosa. Élites incapaces de advertir como tal su propia demagogia y la cauda de injusticias desplegadas en su entorno. Por eso hay que ver por un reclamo contundente e incluyente: ¡Vamos por lo justo! 

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