Desde que los gobernantes se
plegaron a la presión y decidieron dar el giro para hacer más confiable al país
para los inversionistas (en cierta medida ya lo era, la industria automotriz y farmacéutica
establecida con anterioridad lo demuestra) una nueva Estrella Polar marcó el
rumbo. Mudanza fechada em primero de enero de 1994, con la entrada en vigor del
Tratado de Libre Comercio para América del Norte. México ha contado con esa
defensa para no ser objeto de admoniciones por el estado que guarda su salud
pública, caso contrario al de Venezuela. Para las potencias económicas
dominantes México ha corregido su andar y es digno de participar o atestiguar,
según se le quiera ver, en el banquete del G20. El 7 y 8 de julio, por ejemplo,
México mantuvo ese reconocimiento en la cumbre de Hamburgo, dentro de una
agenda encabezada por tres temas: libre comercio, cambio climático y terrorismo.
Una agenda que invisibiliza el desastre extendido por todo el país, real y
percibido. El descontento de muchos mexicanos lo ignoran o no lo quieren ver
líderes como Angela Merkel. Larga noche oscura, ajena al cuento de hadas
prometido por los ultraliberales. Cierto, es un asunto que compete a los
mexicanos, el haber adoptado recetas sin crear el constructo social hacia la
prosperidad ha dislocado la convivencia. Otro gallo cantaría si la
modernización de entre siglos hubiera tenido entre sus fortalezas menos corrupción,
mejor seguridad pública y sin tanta desatención de los derechos sociales. No
fue así. En la cumbre de Hamburgo 2017 no se priorizo el tema de la corrupción,
de la inseguridad, menos de los derechos sociales. El México desigual y
dolorido no aparece en las cumbres de los países poderosos, ese México que no
desaprovecha día para mostrarse.
Así tenemos un botón más del
México crudo que se le regaló al mundo el miércoles 12 de julio. En una
carretera reconstruida, recién modernizada que atraviesa la ciudad de
Cuernavaca, capital de estado de Morelos, se abrió un socavón. Es un caso similar
al de la línea dorada del metro en la ciudad de México, que no duró un año en servicio
y tuvo que ser sometida a reparación mayor. Esto no pasa en Alemania, una obra
pública tiene durabilidad garantizada. Y no es por falta de ingenieros, es el
acuerdo corrupto entre funcionarios y empresarios de la construcción el origen
de lo que después aparecen como vicios ocultos. Las obras de infraestructura
son una ventana de oportunidad magnífica para la corrupción cuando el régimen presupuestario
está dispuesto para la expoliación, con las seguridades de que se hace dentro
de la ley y ocultar el peculado. De esta manera, obras modernas como el paseo
Tollocan en el estado de México no envejecen, sencillamente son destruidas para
dar paso a la pasión por la infraestructura y a la riqueza del Grupo
Atlacomulco.
Airadas, las élites reclaman con
razón incompleta la indisposición de los gobiernos -federal y locales- para
combatir la corrupción y relanzan el estribillo “vamos por más”, como si se
tratara de un enrachado y codicioso jugador de casino. Su indignación no
alcanza para las familias ensombrecidas por el asesinato con lujo de violencia
de uno de sus miembros, no se dirige a detener y revertir desposesión de
pueblos y comunidades de las tierras, bosque y aguas que les pertenecen. Una
indignación muda ante el deterioro de las condiciones de trabajo, la
depreciación de derechos que no dan para una vejez decorosa. Élites incapaces
de advertir como tal su propia demagogia y la cauda de injusticias desplegadas
en su entorno. Por eso hay que ver por un reclamo contundente e incluyente:
¡Vamos por lo justo!
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