“Vivimos en el mundo según la
imagen que de él nos formamos, de acuerdo a como lo creamos. Por lo mismo, en
lugar de gozar de sus beneficios, somos víctimas de sus defectos.”
Andrey Tarkovski
Las elecciones federales del
próximo año prometen una explosión de fervor nacionalista. Todos los
contendientes, partidos y candidatos, jurarán ser más nacionalistas que sus
adversarios, hasta la cursilería de sincerarse “por amor a México”. La
globalización está fatigada, es fustigada por el nacionalismo y no lo ataca de
frente, pues los gobernantes que la impulsan se consideran nacionalistas. Los
ultraliberales prefieren combatir el “populismo”, una creación de los tiempos del
Consenso de Washington, de cuando se creyó que el fin del comunismo o el
socialismo realmente existente significó el fin de una amenaza, la ley de la
oferta y la demanda se naturalizó y el que se atreviera a contradecir sería
llamado populista.
Esta prefiguración no le inquieta
a Enrique Peña Nieto, su pragmatismo goza de la impiedad del depredador: vencer
para sobrevivir. Acaso por casualidad en columnas políticas y artículos de
opinión se anticipa que Luis Videgaray será el candidato del PRI ¿Será? La
especie es verosímil por dos motivos: Videgaray es la persona capaz de borrar
las evidencias fiscales de la corrupción que se le atribuye al presidente desde
que era gobernador del estado de México; Videgaray tiene la palanca para
abrirle una estancia post presidencial en los Estados Unidos a Peña. No se
hagan bolas, Peña sólo piensa en él.
Qué le puede ofrecer Osorio Chong
a su jefe: el rotundo fracaso en la política de seguridad. Pese a que la
secretaría de gobernación recuperó facultades en la materia, careció de los
resortes para paliar las ineptitudes y omisiones de los gobernadores y de los
presidentes municipales.
La contradicción del llamado
grupo Atlacomulco es asistir a una batalla nacionalista con un candidato
totalmente agringado. Por eso el descontento dentro de las filas del PRI, otra
vez.
Por parte de Acción Nacional,
tiene dos cabezas visibles para disputar la presidencia de la república. Una de
ellas, Margarita Zavala, como representante del nacionalismo católico embozado,
imposible medir su peso político por tal condición. Sólo si es asistida por el
poder fáctico de los grandes empresarios tiene posibilidades reales. Créanme,
así funcionó con Vicente Fox. La dificultad es, hacer campaña o cargar un
borracho, o uno o lo otro.
La otra cabeza es Ricardo Anaya,
quien presenta la misma contradicción que Videgaray, asistir a una batalla
nacionalista como personaje totalmente agringado, tanto que mantiene a su
familia fuera de México, en Atlanta, Georgia.
En esta disposición hipotética de
la explosión del fervor nacionalista en la disputa por la presidencia, Andrés
Manuel López Obrador cuenta con las mejores credenciales para asistir a la
batalla, lo que eso signifique, pues no incide en el esclarecimiento y despeje -jaja-
que nos lleve a un régimen democrático que no se sacia en la verificación de
las elecciones. La democracia está incompleta porque la ciudadanía está
indefensa ante el poder que otorga y se vuelve en contra de ella, no tiene
manera efectiva de someter a sus elegidos. En teoría, la división y contrapeso
de poderes es la fórmula para detener y castigar los abusos de los gobernantes.
En los hechos, tal separación de competencias es una vergonzosa farsa.
Una división de poderes tortuosa
para sancionar el espionaje. Una división de poderes indolente para sancionar a
los exgobernadores corruptos en proceso de absolución: saben demasiado.
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