jueves, 23 de marzo de 2017

Las grietas del paradigma

“Pero nos encontramos en Roma, entre juristas y expertos en definiciones y en distinciones, a quienes les repugnan las ambigüedades.”
Georges Dumézil

Ciertamente no estamos en la Roma antigua. Encarecidos de ingenio, en artículos y columnas se insiste en hacer propaganda a López Obrador. A partir de él se hace una discusión, más bien, un asunto religioso. Se recicla la analogía con el mesianismo, ahora se agrega supuestos evangelios y hasta mandamientos. El sustento de la argumentación es la descalificación, por lo demás común a toda disputa política, más cuando se trata de las batallas por puestos de elección popular. Públicamente no se conoce referencia explícita a Dios o a religión alguna por parte de AMLO en sus arengas públicas.

Ha claudicado el conocimiento, la diatriba es primero. Teniendo a la mano una eficiente categoría de análisis, como la proporcionada por Max Weber acerca del liderazgo carismático ¿Cuál es el problema? Coloquialmente, “carismático” es más un halago que un insulto. Cuando se dice de alguien que es carismático es como poner a una persona en los cuernos de la luna.

Todavía más, en México el presidencialismo legislado dotaba de una rutinización del carisma a cada presidente en turno. Desde que se disminuyeron atribuciones carismáticas a la institución presidencial (empezando por Miguel De la Madrid -el presidente gris- y el cambio de paradigma económico) los presidentes han carecido de pedestal. Ese hecho no ha impedido que desde la sociedad se construyan ése tipo de liderazgos, conspicuamente López Obrador. Ahora bien, la sociología weberiana evita juicios de valor, esto es, una calificación de bueno a malo, sencillamente, cuando habla de liderazgo carismático sólo nos ofrece un enfoque analítico.

Poner a López Obrador en el supuesto de un dato religioso remite a la racionalidad de sus propuestas como no racionales, ni naturales. En el adjetivo de populista (Lo que se quiera significar con ese batiburrillo conceptual y del cual Lenin nos legó la semántica negativa de la palabra populismo, un anatema antes que un concepto esclarecedor) Sus propuestas, entonces, se deben entender como no racionales o fantasiosas. Si uno se fija bien, AMLO no va más allá de lo que fueron las políticas laboristas, socialistas o socialdemócratas hasta la década de los setentas. Nada nuevo bajo el sol. Lo que sucede en nuestra democracia mexicana es que no alcanza para dar ese tono o registro de orientación política: fueron borrados de la geografía política nacional, una democracia monodiscursiva que anula el supuesto pluralismo.

Y de dónde saca pues López Obrador su vigencia para mantenerse en el candelero hasta llevarlo a crear una base electoral leal, más lo que se acumule. Nada más y nada menos, que de las grietas del paradigma económico. Sin considerar las cifras macroeconómicas, ni por el número mexicanos millonarios en la lista de Forbes, el paradigma tiene grietas expuestas. La apertura económica no ha reportado bonanza en la economía familiar. 

Unas familias han tenido que expulsar a sus miembros, la migración a los Estados Unidos ha sido una válvula de escape a la presión generada por la falta de oportunidades internas; la otra fractura es el sector informal, su crecimiento pone en duda todos los días el libre comercio; una tercera fractura, asaz dolorosa, miles de familias se han incorporado a la delincuencia organizada; el deterioro de los servicios públicos, para redondear. No se espanten del infierno creado por el paradigma económico ultraliberal, hay que actuar y corregirlo.


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