“Pero nos encontramos en Roma,
entre juristas y expertos en definiciones y en distinciones, a quienes les
repugnan las ambigüedades.”
Georges Dumézil
Ciertamente no estamos en la Roma
antigua. Encarecidos de ingenio, en artículos y columnas se insiste en hacer
propaganda a López Obrador. A partir de él se hace una discusión, más bien, un
asunto religioso. Se recicla la analogía con el mesianismo, ahora se agrega
supuestos evangelios y hasta mandamientos. El sustento de la argumentación es
la descalificación, por lo demás común a toda disputa política, más cuando se
trata de las batallas por puestos de elección popular. Públicamente no se
conoce referencia explícita a Dios o a religión alguna por parte de AMLO en sus
arengas públicas.
Ha claudicado el conocimiento, la
diatriba es primero. Teniendo a la mano una eficiente categoría de análisis,
como la proporcionada por Max Weber acerca del liderazgo carismático ¿Cuál es
el problema? Coloquialmente, “carismático” es más un halago que un insulto.
Cuando se dice de alguien que es carismático es como poner a una persona en los
cuernos de la luna.
Todavía más, en México el presidencialismo
legislado dotaba de una rutinización del carisma a cada presidente en turno.
Desde que se disminuyeron atribuciones carismáticas a la institución
presidencial (empezando por Miguel De la Madrid -el presidente gris- y el
cambio de paradigma económico) los presidentes han carecido de pedestal. Ese
hecho no ha impedido que desde la sociedad se construyan ése tipo de
liderazgos, conspicuamente López Obrador. Ahora bien, la sociología weberiana
evita juicios de valor, esto es, una calificación de bueno a malo,
sencillamente, cuando habla de liderazgo carismático sólo nos ofrece un enfoque
analítico.
Poner a López Obrador en el
supuesto de un dato religioso remite a la racionalidad de sus propuestas como
no racionales, ni naturales. En el adjetivo de populista (Lo que se quiera
significar con ese batiburrillo conceptual y del cual Lenin nos legó la
semántica negativa de la palabra populismo, un anatema antes que un concepto
esclarecedor) Sus propuestas, entonces, se deben entender como no racionales o
fantasiosas. Si uno se fija bien, AMLO no va más allá de lo que fueron las
políticas laboristas, socialistas o socialdemócratas hasta la década de los
setentas. Nada nuevo bajo el sol. Lo que sucede en nuestra democracia mexicana
es que no alcanza para dar ese tono o registro de orientación política: fueron
borrados de la geografía política nacional, una democracia monodiscursiva que
anula el supuesto pluralismo.
Y de dónde saca pues López
Obrador su vigencia para mantenerse en el candelero hasta llevarlo a crear una
base electoral leal, más lo que se acumule. Nada más y nada menos, que de las
grietas del paradigma económico. Sin considerar las cifras macroeconómicas, ni por el número mexicanos millonarios en la lista de Forbes, el paradigma tiene grietas
expuestas. La apertura económica no ha reportado bonanza en la economía
familiar.
Unas familias han tenido que expulsar a sus miembros, la migración a
los Estados Unidos ha sido una válvula de escape a la presión generada por la
falta de oportunidades internas; la otra fractura es el sector informal, su
crecimiento pone en duda todos los días el libre comercio; una tercera
fractura, asaz dolorosa, miles de familias se han incorporado a la delincuencia
organizada; el deterioro de los servicios públicos, para redondear. No se
espanten del infierno creado por el paradigma económico ultraliberal, hay que actuar
y corregirlo.
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