“Sé que el mundo marcha de prisa y una generación olvida a la otra.”
Henry James
Después del 5 de junio pasado, el
juego político ha entrado de manera franca, en la ruta de la sucesión
presidencial. Al margen de los ilusorios tiempos que marca la ley. Vale
precaverse de evitar conclusiones ociosas, en tanto son independientes del
objetivo de mejorar la convivencia entre mexicanos, atizada la desunión por la
delincuencia, el clasismo ramplón y la impunidad.
Primero: el espejismo de
considerar cada derrota del PRI un efecto purificador de la vida nacional. No
es la primera vez que el PRI ha sido zarandeado en las urnas, empezando por el
año de 1988, cuando una disidencia de priístas conformó el Frente Democrático
Nacional. La duda sobre los resultados electorales se mantendrá como una
leyenda, pues puso en claro que la época del carro completo –ganar de todas ¡Todas!-
fenecía. En 1997 fue otro golpe electoral al PRI, dio origen al bloque opositor
en San Lázaro. Las elecciones federales del 2000 y 2006 mantuvieron al PRI
fuera de Los Pinos. Con ello quiero señalar que las derrotas del PRI no son
extraordinarias, ocurren con más frecuencia y en consecuencia se normalizan.
Hay que tomar en cuenta que la
derrota del PRI, como de cualquier otro partido, nada garantiza respecto a la
buena marcha del país. El problema de diseño es que la democracia electoral –
sus normas y órdenes de autoridad- se han constituido en un sistema
autorreferente. Esto es, carece de incidencia en la disminución de las
desigualdades sociales, en el crecimiento económico hacia arriba, en el
mejoramiento de la seguridad y la impartición de justicia. El sistema electoral
es tan perfecto y ejemplar, que está delimitado a contar votos y administrar
elecciones, se desentiende totalmente como generador de mejor gobierno.
Segundo: el corporativismo vuelve
por sus fueron y ha reforzado la presencia y la competitividad del PAN en las
elecciones. La imagen del PAN como partido ciudadano pertenece al pasado. Es un
instituto que toma vuelo y alcanza altura cuando prende dos motores de su
aeronave: la iglesia católica –la jerarquía eclesiástica- y las organizaciones
empresariales. Sin estos dos motores imposible sería entender cabalmente los
resultados de las elecciones del 2000, 2006 y, ahora, en el 2006.
Tercero: enfrascadas las élites
por ser porta estandarte de la globalización, no tienen medida ni instrumento
para conocer la densidad social del México rural. A los reformadores de la “educación”
esta realidad les pasó inadvertida. Por eso, de manera nítida, después de la
aprehensión el domingo 12 de junio del líder de los maestros de Oaxaca, Rubén
Núñez, el alzamiento de la población ya no sólo en la capital del estado, sino
también en el Istmo y la región de Nochixtlán, para defender la causa de los
profesores en rebeldía puso en evidencia las limitaciones del aparato de
inteligencia de la Segob (A lo mejor no, simplemente tenía la orden de
reprimir) El movimiento pasó de ser magisterial a una movilización de carácter
rural, así ha sido también en Chiapas. Entiéndase por rural al conjunto de poblaciones
cuyo asentamiento humano se puede recorrer a pie en menos de dos horas, con un mercado
local en el cual el productor vende directo al consumidor junto con los
comerciantes, donde las grandes inversiones nada amigables con el medio
ambiente- llegan a través de las empresas mineras y de la construcción de
infraestructura (carreteras, presas) Estas poblaciones tienen liderazgos
reconocidos en la figura del maestro, también en la del párroco. Si hay
comunidad indígena la autoridad tradicional norma la convivencia.
Y así como el gobierno federal se
exhibió al querer pasar una reforma laboral por una educativa, también erró al
no identificar la base social de los dirigentes magisteriales, más extensa que
la planta de profesores. Toda una red social mancomunada. Si hubo infiltrados
entonces el hecho abona a la ineptitud de las autoridades. Ahora resulta que no
saben que no saben.
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