martes, 23 de febrero de 2016

Las espinas que tocó el Pastor*

“En todo caso, sean ustedes, simplemente, muy escépticos o, mejor dicho, muy críticos.”

Edmund Husserl

Esta es la tercera vez, de manera consecutiva, que me ocupo de la visita del papa Francisco I a México. En la primera del emisor destacado –el papa- y de la ambigüedad implicada en el mensaje religioso (Sonriente y doliente); en la segunda me referí al contexto del suelo mexicano como factor distorsionante del mensaje papal (Triste y desarmado), reiterando la ambigüedad del mismo. 

En esta ocasión me referiré a las consecuencias deseadas, posteriores a la recepción del mensaje, más bien, si el discurso instruye una praxis a seguir considerando destinatarios, individuos concretos en calidad de receptores. Una praxis demostrativa de una comunicación consumada, eficaz. O, por el contrario, la ausencia de una praxis consecuente que en los hechos evade o hace a un lado el mensaje.

En Ecatepec, el papa Francisco I se refirió a las tentaciones que ponen a prueba diariamente a los cristianos y lanzó la pregunta desafiante: “¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?” Considerando el hipotético destinatario, con plena aceptación del desafío. Hasta dónde, por ejemplo, Emilio Azcárraga Jean, junior de junior, estaría dispuesto a sustraerse a la tentación de la riqueza; hasta dónde Andrea Legarreta estaría en la actitud de suprimir la vanidad; hasta dónde Raúl Araiza junior adoptaría la humildad y vencería al orgullo. No es sátira, sólo para apreciar la efectividad del mensaje en su consecuencia.

En Palacio Nacional, el papa Francisco I dijo: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.” Esa experiencia fatal, su denuncia, será capaz de modificar la actuación de Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Alberto Bailleres y sus demás pares.

En la catedral metropolitana de la Ciudad de México, el papa Francisco I se dirigió al episcopado mexicano congregado allí. El mensaje más teológico y el más exigente dirigido a destinatario alguno: “La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa” ¿Serán los obispos capaces de sustraerse a la mundanidad?

En San Cristóbal las Casas, el papa Francisco I pidió perdón a los indígenas. Se lamentó el jefe de la iglesia católica al señalar: “vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura, sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban.” Se trató de un reclamo a aquellas autoridades y segmentos de la sociedad que siguen estigmatizando a los pueblos indios como borrachos, flojos, fiesteros. A los que no entienden una forma diferente de vida en reciprocidad y aparente gratuidad, en el intercambio justo del dar y recibir, totalmente opuesto a la praxis dominante de quitar y acumular, ya sea por medio del robo descarado o fraudulento, la explotación del trabajo, el sobreprecio de las mercancías y del interés usurario. Dicho lo cual, la cuestión es si la solicitud de perdón a los indígenas tendrá en sus consecuencias un mejor aprecio y trato de parte de la sociedad para los pueblos indios.

En Ciudad Juárez, refiriéndose al Mundo del trabajo y empresas, el papa Francisco I deploró la situación reinante, lo dijo así: “Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. La mentalidad reinante en todas partes propugna la mayor cantidad de ganancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No sólo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en las familias.” Un mensaje que puesto ad hominen, tiene como destinatario a Germán Larrea y su empresa Grupo México, responsable, entre otras cosas, de la muerte hace diez años de 59 mineros en Pasta de Conchos, Coahuila, responsable también de la contaminación del Río Sonora hace casi dos años, como resultado del mal manejo de la extracción del cobre en Cananea, Sonora.

Jorge Mario Bergoglio no vino a ponerle nombre y apellido a nuestros males, pero sí a tocar las espinas que nos laceran como sociedad. Impotente para remediar la condición esquizoide de la grey católica y sus prelados, la bipolaridad de ser unos dentro del templo y transformarse inmediatamente al salir de él para entregarse a la seducción del mercado o someterse a sus amenazas. Por eso a fieles y pastores les afirmó: “El Protagonista de la historia de salvación es el mendigo.” Y nadie le creyó.


Por eso el reiterado destinatario, siempre presente, la juventud, implorando por devolverles la esperanza que les arrebata todos los días “hacerte creer que empiezas a ser valioso cuando te disfrazas de ropas, marcas, del último grito de la moda, o cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor.” De ahí al sicariato sólo hay un paso.
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*Hay obras que sin ser citadas conforman un permanente aparato crítico del escribidor, entre ellas tengo presentes La estructura ausente y Lector in fabula de Umberto Eco, en paz descansa.

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