“En todo caso, sean ustedes,
simplemente, muy escépticos o, mejor dicho, muy críticos.”
Edmund Husserl
Esta es la tercera vez, de manera consecutiva, que me ocupo de la visita del papa Francisco I a México. En la primera del emisor destacado –el papa- y de la ambigüedad implicada en el mensaje religioso (Sonriente y doliente); en la segunda me referí al contexto del suelo mexicano como factor distorsionante del mensaje papal (Triste y desarmado), reiterando la ambigüedad del mismo.
En esta ocasión me referiré a las
consecuencias deseadas, posteriores a la recepción del mensaje, más bien, si el
discurso instruye una praxis a seguir considerando destinatarios, individuos
concretos en calidad de receptores. Una praxis demostrativa de una comunicación
consumada, eficaz. O, por el contrario, la ausencia de una praxis consecuente que
en los hechos evade o hace a un lado el mensaje.
En Ecatepec, el papa Francisco I
se refirió a las tentaciones que ponen a prueba diariamente a los cristianos y
lanzó la pregunta desafiante: “¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de
vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente
y la fuerza de la vida?” Considerando el hipotético destinatario, con plena
aceptación del desafío. Hasta dónde, por ejemplo, Emilio Azcárraga Jean, junior
de junior, estaría dispuesto a sustraerse a la tentación de la riqueza; hasta
dónde Andrea Legarreta estaría en la actitud de suprimir la vanidad; hasta
dónde Raúl Araiza junior adoptaría la humildad y vencería al orgullo. No es
sátira, sólo para apreciar la efectividad del mensaje en su consecuencia.
En Palacio Nacional, el papa
Francisco I dijo: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el
camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de
todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para
la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la
violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando
sufrimiento y frenando el desarrollo.” Esa experiencia fatal, su denuncia, será
capaz de modificar la actuación de Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Alberto
Bailleres y sus demás pares.
En la catedral metropolitana de
la Ciudad de México, el papa Francisco I se dirigió al episcopado mexicano
congregado allí. El mensaje más teológico y el más exigente dirigido a
destinatario alguno: “La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar.
Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la
mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las
ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa” ¿Serán los obispos
capaces de sustraerse a la mundanidad?
En San Cristóbal las Casas, el
papa Francisco I pidió perdón a los indígenas. Se lamentó el jefe de la iglesia
católica al señalar: “vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de
la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura, sus
tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado,
los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban.”
Se trató de un reclamo a aquellas autoridades y segmentos de la sociedad que
siguen estigmatizando a los pueblos indios como borrachos, flojos, fiesteros. A
los que no entienden una forma diferente de vida en reciprocidad y aparente
gratuidad, en el intercambio justo del dar y recibir, totalmente opuesto a la
praxis dominante de quitar y acumular, ya sea por medio del robo descarado o
fraudulento, la explotación del trabajo, el sobreprecio de las mercancías y del
interés usurario. Dicho lo cual, la cuestión es si la solicitud de perdón a los
indígenas tendrá en sus consecuencias un mejor aprecio y trato de parte de la
sociedad para los pueblos indios.
En Ciudad Juárez, refiriéndose al
Mundo del trabajo y empresas, el papa Francisco I deploró la situación
reinante, lo dijo así: “Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el
paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales.
La mentalidad reinante en todas partes propugna la mayor cantidad de ganancias
posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No sólo provoca la
pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor
inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en
las familias.” Un mensaje que puesto ad
hominen, tiene como destinatario a Germán Larrea y su empresa Grupo México,
responsable, entre otras cosas, de la muerte hace diez años de 59 mineros en
Pasta de Conchos, Coahuila, responsable también de la contaminación del Río
Sonora hace casi dos años, como resultado del mal manejo de la extracción del
cobre en Cananea, Sonora.
Jorge Mario Bergoglio no vino a
ponerle nombre y apellido a nuestros males, pero sí a tocar las espinas que nos
laceran como sociedad. Impotente para remediar la condición esquizoide de la
grey católica y sus prelados, la bipolaridad de ser unos dentro del templo y
transformarse inmediatamente al salir de él para entregarse a la seducción del
mercado o someterse a sus amenazas. Por eso a fieles y pastores les afirmó: “El
Protagonista de la historia de salvación es el mendigo.” Y nadie le creyó.
Por eso el reiterado
destinatario, siempre presente, la juventud, implorando por devolverles la
esperanza que les arrebata todos los días “hacerte creer que empiezas a ser
valioso cuando te disfrazas de ropas, marcas, del último grito de la moda, o
cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero pero, en el fondo, tu
corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor.” De ahí al sicariato
sólo hay un paso.
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*Hay obras que sin ser citadas
conforman un permanente aparato crítico del escribidor, entre ellas tengo
presentes La estructura ausente y Lector in
fabula de Umberto Eco, en paz descansa.
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