El 2 de septiembre de 2014, Enrique
Peña Nieto alcanzó la cima. Él tuvo la seguridad de proclamar su autovanagloria
como el destructor de mitos y el hacedor del giro hacia el cambio de paradigma.
En la cúspide, acompañado en ese entonces de una oposición obsecuente y con la
capacidad de diluir atrocidades, como las de Tlatlaya, en las que bastó la
operación de la autoridad mexiquense para plantar el relato de un
enfrentamiento entre supuestos delincuentes y el Ejército (la versión cambió o
fue fuertemente contrastada por el relato del ajusticiamiento judicial) Así
aparecía la plenitud del poder presidencial bajo un rótulo que decía: Reformador. Desde la cima, Peña Nieto se
sentía ante una amplia meseta por recorrer, sin advertir la proximidad del
descenso obligado para quien ha llegado a la cima. Vendría la tormenta, las
tormentas, a partir de la noche de Iguala del 26 de septiembre de ése año, la
exhibición de las casas de las Lomas y Malinalco, y una serie de
acontecimientos lo suficientemente impactantes como para que la audiencia
percibiera un rótulo distinto al que el gobierno había dispuesto, un rótulo de
larga historia, más allá del tiempo del actual sexenio. Un rótulo, por cierto,
no sólo distintivo del gobierno federal, ni exclusivo del sector público, ni
ajeno a la sociedad civil. El rótulo dice impunidad.
Ante esta situación, la pugna de
los rótulos, hacer leyes no es suficiente, se exige el eficaz cumplimiento de
éstas a cabalidad, con tanta rotundidad como para recuperar la credibilidad perdida
por la administración de turno. Encarecer el descenso en la aprobación popular
y (re)plantear nuevas cimas por conquistar, la del crecimiento económico por ejemplo,
que se antoja difícil en el actual ciclo económico adverso; también le es
obligado al gobierno atender el desgaste del binomio Hacienda-Gobernación,
donde las demás cabezas en el gabinete presidencial se mueven en bajo perfil.
Incluso el respaldo con el que ha sido proveído desde Los Pinos Aurelio Nuño al
asumir la Secretaría de Educación, no le alcanzó para desempeñarse con
autosuficiencia, ha tenido que recargarse en la fuerza pública operada desde la
nómina de Gobernación; se requiere diversificar la interlocución con la sociedad,
no reducible al manejo de medios, ni mantenerla con un interlocutor
privilegiado, los empresarios; el desgaste que representa el ejercer el poder
como patrimonio de un grupo regional, el proveniente del Estado de México, como
hace mucho, mucho tiempo no sucedía; adicionalmente, la representatividad
social aportada por el pacto corporativo está vacía, ya no es vector de la estructura
priísta. Estructura a veces relegada para darle mayor relevancia a la alianza
personal/generacional de Peña Nieto con el Partido Verde. Organización ésta,
repetidamente denunciada de cometer actos delictivos en materia electoral.
Afirmativamente, el actual
gobierno reitera el rótulo de las reformas. Mientras, la impunidad es la
negación del México reformado.
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*El título se ha tomado prestado
de un cuento de Hans Christian Andersen. Para el caso de este artículo no se trata de una sustitución sino de una contrastación de rótulos.
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