El año 2014 fue un año terrible
para la imagen del presidente Enrique Peña Nieto. Evito hacer un recordatorio
de sucesos en beneficio de la economía de este artículo, escribir sobre hechos
profusamente difundidos.
Lo terrible no arredró al
mandatario. En 2015 tuvo los arrestos para imponer un ministro en la Corte –Eduardo
Medina Mora- y darle una salida al cansancio de Jesús Murillo Karam al frente
de la PGR. Se impuso a Arely Gómez como procuradora aun teniendo cuadros más
experimentados y de la corte mexiquense, como Alfonso Navarrete Prida. Ambos
cambios vistos como una demostración de fuerza –menguante- consumidora de
pólvora en infiernitos, sin abonar a la mejora institucional y sí como
anticipada red de protección para la segunda mitad de sexenio. De poco
sirvieron flamantes servidores públicos, ayer echados para adelante, hoy
ostensiblemente deprimidos. Las responsabilidades del encargo han sido un quita
risas.
En los tiempos difíciles de la
economía mundial, el Presidente reformador se ha visto anacrónico en lo
político y la audacia por romper paradigmas se ausenta. El 25 de julio de este
año estableció un diktat a la
militancia priísta o neopriísta, afirmando o dando a entender que no se
hicieran bolas: las decisiones sobre el PRI y del futuro candidato a la
presidencia de la república del partido las marco Yo. El reformador se lanzó al
túnel del tiempo, mostrando que el diálogo y el acuerdo no pasan por su mejor
momento dentro de la fuerza política que representa: como en 1993, 1999, 2006.
Se asume el ademán faccioso (Juan Gabriel Valencia, Milenio, 03-06-2015) Peña Nieto apelando a la lealtad tradicional,
a lo Bismarck, basada en la ignorancia y la estupidez de los leales*
En las alturas, la sucesión trae
desvelos, los cuales quedarían recompensados si las inversiones nos regalaran
el prodigio de un crecimiento económico sostenido, más allá de los límites de la
mediocridad actual.
El 3 de agosto recién, desde su
hábitat mexiquense, para celebración ídem,
el presidente Peña, tratando de minimizar el mal fario del deslizamiento del
peso respecto al dólar y la caída de los precios del petróleo, aceptó que la economía
no va conforme a lo esperado. Con ganas de autoconsolarse y de consolar a la
audiencia, profirió un lleno de gracia: otros países están peor. Gracias a la
ortodoxia con la que se han manejado las variables macroeconómicas las
condiciones no están más peor. Un acto de fe desgatado ante las consecuencias
de la tozudez macroeconómica: desigualdad y pobreza.
La macroeconomía como la
principal responsabilidad del Ejecutivo. Se entiende dónde quedan otros temas,
el de la seguridad y el de la rendición de cuentas, por ejemplo. Temas ambos,
también son un atractivo para los inversionistas, de mayor efectividad a la
hora de superar desconfianzas. Precisamente lo que no quiere reconocer Peña
Nieto y evade a través de sus fugas manidas: la desconfianza evidente de los
inversionistas. Para muestra, el desaire a la subasta de campos petrolíferos
adscritos a la ronda 1.
_________________________________________________________________________________
*Así decían los liberales de
Bismarck, según Eric Hobsbawm. La Era
del Imperio 1875-1914. Editorial Planeta, 2013. P. 96.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario