martes, 4 de agosto de 2015

Un reformador anacrónico

El año 2014 fue un año terrible para la imagen del presidente Enrique Peña Nieto. Evito hacer un recordatorio de sucesos en beneficio de la economía de este artículo, escribir sobre hechos profusamente difundidos.

Lo terrible no arredró al mandatario. En 2015 tuvo los arrestos para imponer un ministro en la Corte –Eduardo Medina Mora- y darle una salida al cansancio de Jesús Murillo Karam al frente de la PGR. Se impuso a Arely Gómez como procuradora aun teniendo cuadros más experimentados y de la corte mexiquense, como Alfonso Navarrete Prida. Ambos cambios vistos como una demostración de fuerza –menguante- consumidora de pólvora en infiernitos, sin abonar a la mejora institucional y sí como anticipada red de protección para la segunda mitad de sexenio. De poco sirvieron flamantes servidores públicos, ayer echados para adelante, hoy ostensiblemente deprimidos. Las responsabilidades del encargo han sido un quita risas.

En los tiempos difíciles de la economía mundial, el Presidente reformador se ha visto anacrónico en lo político y la audacia por romper paradigmas se ausenta. El 25 de julio de este año estableció un diktat a la militancia priísta o neopriísta, afirmando o dando a entender que no se hicieran bolas: las decisiones sobre el PRI y del futuro candidato a la presidencia de la república del partido las marco Yo. El reformador se lanzó al túnel del tiempo, mostrando que el diálogo y el acuerdo no pasan por su mejor momento dentro de la fuerza política que representa: como en 1993, 1999, 2006. Se asume el ademán faccioso (Juan Gabriel Valencia, Milenio, 03-06-2015) Peña Nieto apelando a la lealtad tradicional, a lo Bismarck, basada en la ignorancia y la estupidez de los leales*

En las alturas, la sucesión trae desvelos, los cuales quedarían recompensados si las inversiones nos regalaran el prodigio de un crecimiento económico sostenido, más allá de los límites de la mediocridad actual.

El 3 de agosto recién, desde su hábitat mexiquense, para celebración ídem, el presidente Peña, tratando de minimizar el mal fario del deslizamiento del peso respecto al dólar y la caída de los precios del petróleo, aceptó que la economía no va conforme a lo esperado. Con ganas de autoconsolarse y de consolar a la audiencia, profirió un lleno de gracia: otros países están peor. Gracias a la ortodoxia con la que se han manejado las variables macroeconómicas las condiciones no están más peor. Un acto de fe desgatado ante las consecuencias de la tozudez macroeconómica: desigualdad y pobreza.

La macroeconomía como la principal responsabilidad del Ejecutivo. Se entiende dónde quedan otros temas, el de la seguridad y el de la rendición de cuentas, por ejemplo. Temas ambos, también son un atractivo para los inversionistas, de mayor efectividad a la hora de superar desconfianzas. Precisamente lo que no quiere reconocer Peña Nieto y evade a través de sus fugas manidas: la desconfianza evidente de los inversionistas. Para muestra, el desaire a la subasta de campos petrolíferos adscritos a la ronda 1.
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*Así decían los liberales de Bismarck, según Eric Hobsbawm. La Era del Imperio 1875-1914. Editorial Planeta, 2013. P. 96.


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