“¿Has venido a acusar o a
interrogar?”
Apuleyo
Un verdadero festival de injurias
y vituperios en este mes de marzo y, diría el filósofo en su defensa, “me queda
mucha agua en la clepsidra”.
Con ahínco se habla de libertad
de expresión v.s. libre empresa, de la simultaneidad del mutismo y la censura
gubernamental. Joyas del periodismo militante y publirrelacionista están en el
aparador. Toda una revoltura en la que se pierde el debate sobre la
transparencia y se deja de hacer la insólita pregunta ¿Será necesario poner un
límite a la riqueza material de los funcionarios como medida extrema en contra
del desfalco de la hacienda pública?
Por lo pronto, el Senado ya le
dio largas a la reforma de la ley de transparencia devolviéndola a los diputados
con sus correcciones y agregados. El pacto por México expiró hace tiempo y el
pacto discreto por la opacidad sigue vigente como punto de cohesión de la clase
política.
Hay que ordenar la discusión
partiendo de la incredulidad y la desconfianza social advertida por la misma
autoridad. Construir un método indiciario que aquí llamaremos Videgaray, pues
no se trata sólo de hacer leyes y tomar medidas administrativas. Eso está
probado, no sacia la demanda de transparencia y rendición de cuentas.
Llamémosle método Videgaray,
habida cuenta la disposición expresa del secretario, confiada al periodista
Carlos Puig y su audiencia.
Metámonos en honduras. Cualquier
denuncia pública de supuesto manejo inescrupuloso y patrimonialista por parte
de cualquier persona que maneje recursos públicos abrirá de oficio una
investigación. Dicha investigación desecharía o
confirmaría lo denunciado con información proveniente de las declaraciones
fiscales, patrimoniales y de intereses (si es el caso); cuentas bancarias e
inversiones (participación en negocios). El resultado daría lugar a sanciones
para el denunciante o para el inodado. Se me dirá que es un disparate, la verdad
es que el encargado de Hacienda, desde tiempos ya remotos, tiene atribuciones
para ordenar la administración pública federal a punta de circulares.
La casa en el club de golf de
Malinalco es la oportunidad para ensayar el mencionado método. Así se atajaría la maledicencia, la suspicacia y, sobre todo, se combatiría
la corrupción. Lo que importa es demostrar no sólo disposición, sino
convencimiento y voluntad para hacer efectiva la rendición de cuentas. No darle
más vueltas que sólo nutren el escándalo y la disputa entre facciones.
Por otro lado, es difícil imponer
votos de pobreza, predicar la austeridad como virtud bajo el canon moderno. La
recomendación de la sencillez, de la frugalidad, otra manera de entender la
abundancia no es del mundo actual. Qué lejano nos resulta el africano
romanizado ya citado aquí:
“es más amigo de una medianía
contenida que de una opulencia refinada, y que estima la fortuna como si fuera
una túnica, más bien proporcionada que larga. Porque también la fortuna, cuando
no se lleva, sino se arrastra, igual que un vestido que cuelga por delante,
traba los pies y hace caer”.
“Este afán es ciertamente una
confesión de pobreza; en efecto, toda ambición de adquirir viene de la
convicción de carencia…Pues si nada falta en mi ánimo, no me preocupa por
cuanto me falte en las cosas externas: la gloria no estriba en la abundancia de
éstas, ni la culpa en su carencia.”
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