miércoles, 4 de marzo de 2015

En el siglo XIX

Por qué, si desde el siglo XIX los máximos dirigentes políticos han proclamado los pasos de México hacia la modernidad, el país se encuentra postrado en el subdesarrollo endémico, en la eterna antesala del desarrollo. Qué dejaron de hacer los liberales triunfantes, la oligarquía de la dictadura de Don Porfirio, los miembros de la familia revolucionaria y, en nuestros días, la democracia pluripartidista.

Es un cuestionamiento clave para entender por qué teniendo potencial México, en tanto comunidad nacional, se consuela con ganar el premio del ya merito, al alto costo de injusticias y grandes desigualdades sociales.

Un despeje de la incógnita lo propone Diego Valadés (¿Hay gobierno? Reforma, 03-03-2015) El jurista afirma: “nuestro sistema jurídico no contiene disposiciones relacionadas con la organización y funcionamiento de un gobierno, como órgano de dirección política. Tan dominante es el personalismo que no se ha considerado necesario que, además de Presidente, el país tenga gobierno”. Desde la misma arquitectura jurídico constitucional se dispone no dejar “espacio para instituir un gobierno funcional y responsable”.

Aunque el autor no lo dice, el estar al frente del gobierno implica hacerse cargo de un manojo de altas responsabilidades, mismas que se minimizan cuando se dispone del cargo como si fuera hacienda propia, haciendo patrimonialismo de lo que no es propio, usando la legalidad para legitimar decisiones discrecionales. Con ello se normaliza una conducta arbitraria que permea a la cadena de mando del servicio público, sea el nivel de gobierno que se trate, da igual. Se asume el cargo teniendo en la mira el cúmulo de privilegios o prebendas por adquirir, más que por cumplir a plenitud e incondicionalidad las responsabilidades adquiridas. El cargo como un medio para fastidiar, para extorsionar, indiferente del funcionamiento exigido al gobierno.

Por eso la extraña pregunta del Dr. Valadés ¿Hay gobierno? Cómo entender esta pregunta que plantea el absurdo del gobierno ácrata sin anarquistas. Es el caso de cuando se hacen propuestas para un cargo o se asigna éste. La generalidad de las veces se desconoce los arreglos y compromisos ante tal deferencia y confianza, en este caso, del presidente en turno. Informativamente se nos deja con la envoltura de los formalismos que ameritan tales decisiones. Se actúa con la misma manga ancha como cuando el hacendado asignaba parcelas a sus peones.

Como ejemplo, considerar el apretado anecdotario sobre la relación amistosa entre Enrique Peña Nieto y Eduardo Medina Mora que proporciona a sus lectores Raymundo Riva Palacio (El amigo del presidente, El Financiero, 03-03-2015) Una amistad que no es añeja, ni de grupo, ni de partido, que al parecer no es ideológica, de personas de distinta geografía como Los Altos de Jalisco y el cauce mexiquense del Río Lerma. Según el columnista, es una relación afectuosa, que el mismo Peña Nieto buscó desde cuando era funcionario del gobierno de Arturo Montiel. La cual se fortaleció al grado de preguntarle, ya como presidente electo, “qué quería en su gobierno”.  

Si nos quedamos en la senda de la anécdota, Medina Mora fue propuesto -para ocupar la plaza vacante que dejó el fallecimiento del  ministro Sergio Valls- por ser amigo del presidente Peña. Lo cual puede ser verdad pero no es toda la verdad. Falta informar sobre la intencionalidad estratégica de la decisión, si está orientada hacia una mejor impartición de justicia o proviene del cálculo de intereses personales. La decisión no esgrime una sólida argumentación técnica de la aptitud para el cargo o será porque como dice Medina Mora de sí mismo, que es una persona que no se calienta –supongo que de la cabeza, no es mecha corta pues- que es un hombre de mundo. En su contra no ha mostrado una vasta cultura jurídica y constitucional de la cual dispone la mayoría de los ministros de la corte, por no decir todos. Adicionalmente, tiene documentada una serie de ineptitudes graves en el ejercicio del servicio público.

El caso Medina Mora nutre la pertinencia acerca a la interrogante de Valadés: ¿Hay gobierno? Para qué, cuestionaría la voz cavernosa del atraso político, para eso tenemos presidente.


En pleno siglo XXI no hemos salido del XIX.

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