Por qué, si desde el siglo XIX
los máximos dirigentes políticos han proclamado los pasos de México hacia la
modernidad, el país se encuentra postrado en el subdesarrollo endémico, en la
eterna antesala del desarrollo. Qué dejaron de hacer los liberales triunfantes,
la oligarquía de la dictadura de Don Porfirio, los miembros de la familia
revolucionaria y, en nuestros días, la democracia
pluripartidista.
Es un cuestionamiento clave para
entender por qué teniendo potencial México, en tanto comunidad nacional, se
consuela con ganar el premio del ya merito, al alto costo de injusticias y
grandes desigualdades sociales.
Un despeje de la incógnita lo
propone Diego Valadés (¿Hay gobierno? Reforma,
03-03-2015) El jurista afirma: “nuestro sistema jurídico no contiene
disposiciones relacionadas con la organización y funcionamiento de un gobierno,
como órgano de dirección política. Tan dominante es el personalismo que no se
ha considerado necesario que, además de Presidente, el país tenga gobierno”.
Desde la misma arquitectura jurídico constitucional se dispone no dejar
“espacio para instituir un gobierno funcional y responsable”.
Aunque el autor no lo dice, el
estar al frente del gobierno implica hacerse cargo de un manojo de altas
responsabilidades, mismas que se minimizan cuando se dispone del cargo como si
fuera hacienda propia, haciendo patrimonialismo de lo que no es propio, usando
la legalidad para legitimar
decisiones discrecionales. Con ello se normaliza una conducta arbitraria que
permea a la cadena de mando del servicio público, sea el nivel de gobierno que
se trate, da igual. Se asume el cargo teniendo en la mira el cúmulo de
privilegios o prebendas por adquirir, más que por cumplir a plenitud e
incondicionalidad las responsabilidades adquiridas. El cargo como un medio para
fastidiar, para extorsionar, indiferente del funcionamiento exigido al gobierno.
Por eso la extraña pregunta del
Dr. Valadés ¿Hay gobierno? Cómo entender esta pregunta que plantea el absurdo
del gobierno ácrata sin anarquistas. Es el caso de cuando se hacen propuestas
para un cargo o se asigna éste. La generalidad de las veces se desconoce los
arreglos y compromisos ante tal deferencia y confianza, en este caso, del
presidente en turno. Informativamente se nos deja con la envoltura de los
formalismos que ameritan tales decisiones. Se actúa con la misma manga ancha
como cuando el hacendado asignaba parcelas a sus peones.
Como ejemplo, considerar el
apretado anecdotario sobre la relación amistosa entre Enrique Peña Nieto y
Eduardo Medina Mora que proporciona a sus lectores Raymundo Riva Palacio (El
amigo del presidente, El Financiero,
03-03-2015) Una amistad que no es añeja, ni de grupo, ni de partido, que al
parecer no es ideológica, de personas de distinta geografía como Los Altos de
Jalisco y el cauce mexiquense del Río Lerma. Según el columnista, es una
relación afectuosa, que el mismo Peña Nieto buscó desde cuando era funcionario
del gobierno de Arturo Montiel. La cual se fortaleció al grado de preguntarle,
ya como presidente electo, “qué quería en su gobierno”.
Si nos quedamos en la senda de la
anécdota, Medina Mora fue propuesto -para ocupar la plaza vacante que dejó el
fallecimiento del ministro Sergio Valls-
por ser amigo del presidente Peña. Lo cual puede ser verdad pero no es toda la
verdad. Falta informar sobre la intencionalidad estratégica de la decisión, si está
orientada hacia una mejor impartición de justicia o proviene del cálculo de
intereses personales. La decisión no esgrime una sólida argumentación técnica
de la aptitud para el cargo o será porque como dice Medina Mora de sí mismo,
que es una persona que no se calienta –supongo que de la cabeza, no es mecha
corta pues- que es un hombre de mundo. En su contra no ha mostrado una vasta
cultura jurídica y constitucional de la cual dispone la mayoría de los
ministros de la corte, por no decir todos. Adicionalmente, tiene documentada
una serie de ineptitudes graves en el ejercicio del servicio público.
El caso Medina Mora nutre la
pertinencia acerca a la interrogante de Valadés: ¿Hay gobierno? Para qué, cuestionaría
la voz cavernosa del atraso político, para eso tenemos presidente.
En pleno siglo XXI no hemos
salido del XIX.
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