Acostumbrados a una ciudadanía
desmovilizada, la movilización de los politécnicos agita intereses que, o se
sienten amenazados, o bien ven la oportunidad de ganar influencia. Tampoco
falta la picaresca que decodifique la avanzada de la sucesión presidencial.
De esto último no viene al caso
hablar del “destape” de Miguel Ángel Osorio Chong o decir que es un “superstar”.
Son opiniones ociosas frente a los retos de una institución, el Instituto Politécnico
Nacional, que se exige una mejor gestión de sus asuntos internos. Eso es lo
importante.
Por lo que se refiere a quienes
se sienten amenazados por el movimiento, la oligarquía, se dedica a provocar y
no vale la pena hacerle el juego. En el control de los medios dispone de
testaferros –tiradores o sicarios- en posición de descalificar el movimiento
politécnico. La oligarquía, sus miembros en lo individual también, considera
ser la única en tener interlocución cara a cara con el gobierno. Una
interlocución siempre en lo oscurito. A esa oligarquía le aterra que el
gobierno se abra al diálogo público con una movilización social. Sépanlo que
cuando eso llega a ocurrir es porque los mecanismos institucionales fallaron.
Desde otra perspectiva están los
colectivos radicales, con otra manera de ver las cosas. Para ellos es la
oportunidad de impulsar su propia agenda política, abiertamente antigobiernista
y de escasa difusión.
Bajo estas condiciones que se
superponen al movimiento y lo distorsionan, aparecen pugnas palaciegas que no
ven más allá de la sucesión presidencial; pone en alerta a la oligarquía -la
gran ganadora de las reformas estructurales- pues considera que los poderes
públicos sólo están ahí para su servicio y cuidan mantener esa ventajosa
posición que mantiene la exclusión social; por su parte, los colectivos que no
están reconocidos dentro de la comunidad politécnica, se aprestan a darle una
dirección política al movimiento.
Sin perder la atención sobre
estos detalles vale hacer una recapitulación breve del movimiento:
El jueves 25 de septiembre se da
la monumental movilización politécnica, de rechazo al nuevo reglamento del IPN
y a la modificación del plan de estudios.
El martes 30 de septiembre ya se
tiene un pliego de 10 puntos, entre los cuales ya destaca la petición de la
renuncia de la directora Yoloxóchitl Bustamante Díez. El movimiento es
reconocido como interlocutor válido por el gobierno.
El viernes 3 de octubre, el
gobierno ofrece a los manifestantes la respuesta oficial a considerar. Dentro
de ella se incluye la cancelación del nuevo reglamento y del nuevo plan de
estudios, así como la aceptación de la renuncia de la Directora.
Hasta este momento es clara la
victoria del movimiento, para la cual la acción directa fue una estrategia
eficiente. Dentro del movimiento se inicia una discusión entre quienes se
consideran satisfechos con lo conseguido y es hora de regresar a clases.
Mientras, hay otro sector que llama a no confiarse y proveerle más puntos al
pliego original (Como la investigación y castigo de los que atacaron la
manifestación de los normalistas de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero, el 26 de
septiembre. Hechos que tienen como presuntos implicados al gobierno local del PRD y el crimen organizado)
Si no hay conciliación entre los
puntos, las asambleas estudiantiles se van a polarizar hasta dejar de ser
representativas pues el encono merma la participación.
Aquí la disyuntiva es crucial para
la comunidad politécnica. Mantenerse como un movimiento con justificación
académica y que le ha valido ganar la primera etapa de esta lucha. Ahora le corresponde
organizar, en la medida que tiene la iniciativa, la segunda etapa de la
movilización, centrada en cuestiones internas como lo pueden ser: pugnar por
una nueva ley orgánica y alcanzar el estatuto autónomo para el IPN.
La otra opción es dar un giro al
movimiento, dotarlo de una agenda política (de disputa por el poder) en la que el
pliego de peticiones va creciendo y nunca es suficiente. En esta opción la
acción directa perderá eficacia. Le exige apoyos, de alianzas externas pues la
comunidad politécnica no es suficiente, con el riesgo de disolver la fuerza
interna y aislar al movimiento si no construye pronto esas alianzas.
A qué están dispuestos los politécnicos, de
qué medidas estarán dispuestos a echar mano para calcular una decisión
mayoritaria: la unanimidad, la mayoría calificada o la mitad más uno. Lo peor
sería rehuir las decisiones de consenso y zanjar las diferencias abandonando el
movimiento o liándose a golpes.
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