lunes, 29 de septiembre de 2014

Barbarie a la vuelta

Cuesta trabajo hacer conclusiones con el acceso a la información instantánea. Por ejemplo, soy renuente a considerar al Dr. Mireles un luchador social. El que se haya enemistado con el gobierno, sin conocer la causa de fondo, me genera suspicacia ¿Qué pasó en esa ruptura?

Así, en todo el capítulo de la inseguridad que nos agobia, las cifras oficiales que indican su disminución no alteran mi estado de alerta, pues la percepción se fortalece cuando los enfrentamientos entre bandas delictivas dejan ejecutados en su disputa (Uruapan), cuando a través de videos un delincuente hace ostentación de impunidad, como para preguntarse ¿De quién aprendió Servando Gómez? Pues no muestra improvisación, sino cálculo y dominio sobre su entorno. Conoce a todos y todos lo conocen a él.

El mensaje “tranquilizador” se desmorona cuando uno ve la manera en cómo un diputado federal, Gabriel Gómez Michel, del partido en el gobierno, es secuestrado para horas después ser eliminado junto a su acompañante. Ahora sí, en el PRI claman porque se haga justicia. Acaso sólo el crimen de alto impacto, así le dicen, merece el beneficio de la justicia.

Pero lo que ha terminado por destrozar el esfuerzo de “comunicación” gubernamental, su estrategia de baja exposición de los hechos delictivos, es la divulgación periodística sobre la ejecución de veintidós jóvenes, ocurrida el 30 de junio en el municipio de Tlatlaya, estado de México, a manos del Ejército. Más de dos meses después, cuando en un principio la autoridad ocultó la verdad de lo sucedido asimilando como una justa reacción a un ataque, el caso ha tomado el giro que pone contra la pared a los soldados.

Tampoco las autoridades locales ayudan mucho. Entre el 26 y 27 de septiembre, estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, fueron reprimidos en Iguala por la policía, con un saldo de seis muertos, 25 heridos y más de cincuenta desaparecidos. Lo que habla de una policía sin capacidad de someter, pero sí de aniquilar.

Por más que se diga que las cosas van mejor nadie lo cree. Lo preocupante hasta la exasperación, por esta visibilidad mediática de la inseguridad, es el fondo de falta de justicia que hay en todos estos hechos. La promesa de procurar justicia, de empezar desde cero, caiga quien caiga o hasta topar con pared, lo que ocurra primero. Y lo peor, la sensación de futilidad del Estado. Un anarquista no lo habría logrado también.

Desde el gobierno sólo se quiere minimizar y, a cambio, el mito del “Nuevo México”, cargado de un lenguaje semiótico, de señales y poses, a través de los cuales se repiten obscenamente las palabras inversión, inversionistas, reforma, transformación. Cuántas veces se ha esmerado en la justicia la propaganda oficial. O díganme si no, cuántos discursos memorables, de elaborado empeño semántico de esta y las últimas administraciones, se pueden contar ¡Uhm! ¿?

En este universo de afirmaciones y gestos, se acabaron los principios, pues se considera que con la “actitud” es suficiente. Con ello se arrasa el orden si la actitud no se soporta en sólidos principios, entre ellos, el de la justicia, que languidece difuminada y sin certeza, sin poderse abrir paso en medio de la inseguridad.

Cuando la animalidad de comunicar a través de señales se impone sobre la civilidad del discurso  eso quiere decir que la barbarie está tocando a la puerta.


Para forzar el manejo interpretativo de este artículo, remito a Giorgio Agamben en la glosa que hace a la obra de Émile Benveniste y Claude Lévi-Strauss, en su ensayo Infancia e historia.


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