Mal se resuelve lo que sólo se
etiqueta. Qué está sucediendo en Michoacán, también en otras partes del país y
otros matices, incluyendo la Ciudad de México. Se trata de una guerra, de una
guerrilla o de la narco guerrilla, de las sugerencias torcidas del colombiano
Óscar Naranjo de fomentar grupos paramilitares. Se informa en los medios desde
un maniqueísmo inacabado: malos los templarios, malos los del cártel nueva
generación, malos los que pertenecen a las autodefensas, malos los tres niveles
de gobierno ¿Y dónde están los buenos?
La autoridad, desde tiempo atrás,
no se ha detenido a considerar la descomposición local. No se informa de
biografías, de historias de familia y de pueblo. Tampoco del efecto de la
migración a los Estados Unidos y el trasiego cultural que se da. Nada se dice
de modificaciones en la tenencia de la tierra o su aprovechamiento, ni qué
decir de las transacciones urbanas. El deterioro del servicio público. Del
resultado antisocial de poner a la codicia como guía moral. No contamos con el
detalle de una micro economía política, si se me permite esta expresión
aberrante. Con esta información se podrían acomodar las piezas de este
rompecabezas fatal. Pero la autoridad no lo quiere hacer, si lo hace echaría
por tierra el discurso triunfalista de las reformas “estructurales” que se han sucedido en las últimas tres
décadas.
El historiador inglés, E. J.
Hobsbawn, tiene una serie de ensayos dedicados al estudio de movimientos
sociales dedicados al estudio de movimientos sociales que se desprenden de la
descomposición de la sociedad tradicional frente a la formación del estado
nacional y la economía moderna. Cierto es que se refiere a una diversidad de
movimientos con diferencias características (Ver Rebeldes Primitivos. Ariel, 1974; Bandidos. Ariel, 1976)
Lo que rescato de las lecturas
mencionadas es la constatación de una descomposición local como común
denominador. Para nuestro tiempo presente, la descomposición que surge del
agotamiento de la sociedad posrevolucionaria y el impulso de la “individuación”
del mercado como signo y destino de la vida en sociedad. Lo cual se agrava con
un conocimiento deshumanizado de corridas estadísticas y encuestas que enfocan
lo macro e ignoran lo local.
Padecemos una transición sin
cimientos. Sin formación de ciudadanía, de mercados competitivos (nada de compadrazgos
y fullerías) y servicios públicos sin la mácula de la corrupción. Sin esos
cimientos las reformas no van a rendir, por el contrario, catalizarán la
confrontación. Así consagraremos al país como el campeón del ya merito.
Que quede claro, pragmatismo sin
conocimiento real solo da palos de ciego.
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