La circunstancia del cambio de
gobierno parte de un consenso implícito, no continuar con el camino de la
descalificación y la confrontación. Esa cualidad que se palpa en el ambiente
catapulta las expectativas sobre el nuevo gobierno. Algo parecido a lo ocurrido
en la primera alternancia. A Vicente Fox se le dijo no nos falles, lo mismo se
le pedirá a Enrique Peña Nieto. La diferencia que se aprecia es un esmero por
darle al trato y las formas políticas toda la fuerza para simbolizar la unión entre la autoridad y los gobernados, lo que se
perdió en estos últimos doce años.
Menuda tarea se tiene por
delante. La separación de la aplicación jurídico-administrativa y la
chabacanería por privilegiar la actuación gerencial por sobre las obligaciones
del servicio público, dejan un aparato gubernamental tocado en algunos de sus
segmentos. De ahí la relevancia por reformar la ley que rige a la
administración pública federal, la importancia de fundar la comisión
anticorrupción y una nueva ley hacendaria. La autoridad del ejecutivo no puede
depender del humor del gobernante en turno. La cohesión del equipo gobernante
bien puede estar ligada al estilo personal de gobernar, pero la coordinación
del aparato público debe ser efectiva y quedar fortalecida en la norma.
Suficiente hemos tenido con la
descoordinación que a ojos de la ciudadanía exhibió el gabinete de seguridad en
los últimos seis años. Si bien se puede considerar que ha habido un exceso de
diagnóstico de lo que el país padece y ha corrido tinta sobre las reformas que
México necesita, sin el remozamiento y actualización del aparato público no se
tendrán los medios para alcanzar el gobierno eficaz.
Hay cierto hartazgo, si se quiere
conceptual y personal, en los casos en los que se quiere sobresaltar una
función pública se le confiera la calidad de política de Estado, si eso no
ocurre se recurre a encomiar las “políticas transversales” inoperantes si hay
un mando diluido que da lugar a echarse la bolita, coloquialmente hablando. La
verdad sea dicha, no se llega a ningún lado con esa postulación retórica.
El presidente Enrique Peña Nieto
ha propuesto y ha conseguido el aval de las principales fuerzas políticas.
Falta hacer explícito quien da la cara para hacerse cargo de cada una de las
trece decisiones tomadas, para cada cuestión es pertinente asignar la autoridad
federal responsable y eche sobre sus espaldas las expectativas depositadas en
el gobierno.
Como diría el clásico: es tiempo
de hacer política, política y más política. Y la política de Estado es la que
se centra en garantizar la integridad del territorio y el bienestar de la
población.
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