Por el año de 1992, si mal no
recuerdo, el entonces secretario de Hacienda Pedro Aspe Armella, soltó una
ingeniosa y provocadora expresión a propósito del fortalecimiento de la economía
de mercado en México. Palabras más, palabras menos, dijo que había que
privatizar a los empresarios. Dicho en el supuesto de que los empresarios
deberían fundar su éxito en la aceptación de la libre competencia y no en
función de los apoyos o incentivos económicos provenientes del Estado.
Después de doce años de “panato”
y su fracaso por “empresarializar” la función pública, improvisando la gestión
privada como modelo para gestionar los asuntos y servicios públicos, trayendo
como consecuencia la utilización de la función pública en función del interés
privado de los funcionarios –léase corrupción- es oportuno plantearse estatizar
a los funcionarios públicos.
Que los altos funcionarios asuman
el compromiso de que el puesto público no es medio para realizar negocios
privados de quien ostenta el cargo. Y para cuando se concluya una encomienda en
el servicio público se prohíba la utilización de la información adquirida para
hacer negocios personales o la prestación de servicios a empresas del ramo.
Tener el cuidado de que, por dar
un ejemplo, quien haya sido funcionario de Agricultura se contrate a una
trasnacional agroalimentaria, de que si se sirvió al sector público de la
energía con toda facilidad ofrezca sus servicios profesionales a una
corporación privada de energéticos.
Parte del combate a la corrupción
es combatir ventajas adquiridas en el servicio público para desempeñarse en la
iniciativa privada. Será tal vez necesario restablecer el límite entre el
empeño profesional dentro del sector privado y el desempeño como servidor
público (la alta burocracia del sector Salud es un ejemplo)
No es fácil someter el maridaje
que suele ocurrir en el cultivo simultáneo, en una misma persona, de la
actividad empresarial y el servicio público. Hay que redefinir los límites
entre la actividad empresarial y el servicio público. Entre el empresario y el
político. Desterrar la leyenda de que un político pobre es un pobre político. O
aquella expresión ufana y reciente: hablo como empresario pero les recuerdo que
también soy político (Miguel Alemán Velasco)
Ante el deterioro de las
instituciones que ha significado el abandono del paradigma de la revolución
mexicana, se está en el horizonte de instituciones orientadas a postular y
realizar una función pública eficaz e incorruptible. Planteamiento que en sí
mismo no es productivo en las parcialidades de los partidos, perdón por el
pleonasmo, sino en el entendimiento de un acuerdo nacional capaz de expresar el
interés general.
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