Felipe Calderón quiere ser
recordado como un gran presidente de México. Es un deseo humano y personal,
sería absurdo no tener esa aspiración. El asunto es que su deseo tiene
dificultades para ser apropiado por los mexicanos. El tiempo y el reposo de los
expedientes, que algún día serán intervenidos intelectualmente por el
historiador, arrojarán una verdad sobre estos seis años de gobierno por
concluir.
De principio a fin la gestión de
Calderón inicia y termina rodeada, de manera ostensible, por los militares bajo
el encargo de su integridad física. Él sí está blindado en su seguridad. Ayer
domingo, el Centro Histórico vio alterada la circulación en sus vialidades para
dar cauce al XXX maratón internacional de la ciudad de México. Eso se
justificaba por la mañana y hasta recién pasado el mediodía. La obstrucción
permanecía, peor aún, se consolidaba con al fuerza pública, incluidos militares
vestidos de civil que desde temprano y en pequeños grupos, con discreción,
atestiguaban el retiro de las carpas improvisadas para la carrera. Para las
siete de la noche las vallas metálicas se extendían más allá del perímetro de
Palacio Nacional.
Medidas de seguridad para
garantizar el evento de hoy lunes 3 de septiembre, el mensaje presidencial que
por la mañana dio Calderón para difundir el sexto informe de gobierno, logros y
recapitulación de seis años al frente de las instituciones nacionales. También
para hacer el besamanos del adiós y crear la ilusión de que el ritual del día del presidente
es una nostalgia que todavía anida en las élites ¿O de qué se trató la reunión de la mañana?
Así empezaron los primeros días
de la administración federal en turno, diciembre de 2006, con altas
disposiciones de seguridad en el mismo Centro Histórico que para esas fechas
anualmente es un hervidero para el mercadeo navideño. La explicación del
operativo de entonces era el plantón sobre Paseo de La Reforma que llegaba
hasta el Zócalo y que organizó la izquierda para protestar, ese sí, por el
fraude electoral.
Como llegó se va, es el sino de
Felipe Calderón, pero no tiene que ser el destino del país, la militarización que no osa decir su nombre. El
uso de los militares es corregible, reductible a lo que marca la Constitución.
Con la nueva presidencia que
presidirá Enrique Peña Nieto, con el nuevo Congreso en su pluralidad, con las
reformas que se anuncian, no tendremos el toque de atención suficiente para
sacar al país del marasmo que le aqueja. Faltan las instrucciones precisas para
que todos nos sumerjamos en un orden ecuménico de alegría, amor y humildad por
medio del cual accedamos a una mejor convivencia entre los mexicanos, que
sustituya el lastre deshumanizante de la globalización en su triada de
adicciones, entretenimiento y codicia. Lo que nos está haciendo daño.
Instrucciones que no vendrán desde donde se gestiona el poder, ni de donde se
concentra la riqueza, sino de una sociedad mejor organizada para hacer valer
sus derechos frente a los poderes.
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