Siempre he considerado que pese a la alternancia en el poder que se dio en México en el año 2000, lo que se decide en el Partido Revolucionario Institucional es santo y seña para orientar la votación en la elección presidencial. Si lo que decide le divide reduce sus posibilidades de ganar. Esto considerando desde que las elecciones en México se han hecho competitivas y, consecuentemente, creíbles hace cuatro sexenios. En 1988 el PRI llegó dividido y apenas sacó el resultado a su favor. En 1994 el PRI mantuvo la unidad dolorida por el asesinato de su primer candidato y ganó con suficiencia de votos. En el 2000 el canto de las sirenas volvió a dividir al PRI y perdió por primera vez la presidencia. En el 2006 la división estuvo peor dentro del PRI, una verdadera rebelión corporativa y de gobernadores los mandó al tercer lugar de la contienda.
La división es un fantasma que hasta ahora ha podido detener una confrontación fatal dentro del PRI. La actuación del sábado 8 de octubre pasado, en la sede del Revolucionario Institucional, con el pleno del Consejo Político Nacional reflejó, al menos mediáticamente, que los dos aspirantes priístas son calculadores y no están en la perspectiva de avanzar en su objetivo armando un gran pleito. El día de ayer lunes, en la ciudad de Chihuahua, se realizó un foro auspiciado por la Fundación Colosio para conocer las propuestas en materia económica de las que se tomarán los contenidos del proyecto que presente el PRI de cara a las elecciones federales. Allí estuvieron Peña Nieto y Beltrones, el ex gobernador y el senador. De un lado se destacó la ampliación de la liberalización económica, de manera explícita se refirió a una mayor apertura para Pemex. Por su parte, Manlio Fabio Beltrones hizo énfasis en el combate a la corrupción como una estrategia impostergable para que el crecimiento de la economía reditúe en beneficio del país entero. Coincidieron en la necesidad de una reforma hacendaria. Disintieron sobre la institucionalización de los gobiernos de coalición.
El juego, de manera abierta, se echó a andar en el PRI. Pero qué le dice a la población, más allá de los militantes y simpatizantes. Las cuestiones técnicas que se dirimen ¿cómo suenan al oído ciudadano? ¿Realmente son audibles? ¿Recogen el sentir del electorado? O todo se desfonda en el ruido de la propaganda y el teclear que da forma a las columnas políticas?
Qué quiere la gente, qué pide la gente. Será acaso competitividad o juego limpio en el funcionamiento de los mercados, gobiernos de coalición o cláusula de gobernabilidad para formar una mayoría calificada. Estas son presunciones elitistas y no extendida demanda ciudadana, dicho esto con sinceridad. Lo que quiere la gente es que no disminuyan sus derechos, de ser posible que se amplíen y, sobre todo, que transciendan como derechos ejercidos a plenitud, que no se queden como letra muerta en la escritura de la ley. La gente no puede quedar restringida por el empleo precario, cuando lo hay. Por las limitaciones de los servicios de salud o por la mala calidad de la educación ¿Sabe el PRI lo que quiere la gente? Si es así, facilitará la elaboración de su proyecto y respaldará de mejor forma al candidato que decida.
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