El inicio de año ha desatado las especulaciones sobre las contiendas políticas por venir. Aquí y allá se enaltece o se denigra sin mayor utilidad.
El Partido Revolucionario Institucional ha decidido disminuir el conflicto interno al tomar la opción por una fórmula única para sustituir a la actual dirigencia nacional. Humberto Moreira y Cristina Díaz son ya dirigencia electa. Tanta civilidad política ya imagina al PRI de regreso en Los Pinos.
En el Partido de la Revolución Democrática ya decidieron candidato para la contienda por el gobierno del Estado de México. Con tal definición a favor de Alejandro Encinas se ha minimizado la posibilidad de una alianza con el PAN, pero no se resuelve todavía la discusión sobre su candidato a la presidencia de la república, irresolución que les seguirá siendo corrosiva.
En Acción Nacional las cosas del partido son asunto de Los Pinos. Ése partido se ha desdibujado en aras de seguir las decisiones de su dirigente de facto: Felipe Calderón. Se han dado remociones en tres secretarías no con el fin de ofrecer un mejor servicio público, qué va. Se trata de tomar el hilo de la sucesión para perpetuar al partido gobernante arrumbando el discurso de la transición democrática de manera indefinida.
Sería ingenuo considerar que con esta regresión y los malos resultados de una década de panismo en el poder son suficientes para dar por concluido su ciclo al frente de las instituciones del Ejecutivo federal. Eso es no entender cómo llegaron al poder. No se trató de procesos electorales limpios, ni en el 2000, ni en el 2006. Se trató de una estrategia sustentada en la aversión de sus adversarios, primero el PRI y en la siguiente campaña el PRD, acompañada por los poderes fácticos que son los que han sostenido al PAN. La jerarquía católica y la cúpula empresarial saben que han actuando con impunidad frente a la legislación electoral y que no hay poder que las obligue a la legalidad. Adicionalmente, los Estados Unidos tienen en su embajador un activista descarado a favor del partido gobernante.
Por lo pronto, en los meses que siguen, la disputa por el poder no tiene beneficio para los mexicanos. La democracia electoral se pervirtió como un mecanismo legitimador del cinismo. En esta temporada en los medios no se cansarán de hablar de los candidatos y la audiencia nunca será informada sobre mundos posibles. No se discute el México deseable que se puede ir construyendo ya, sin esperar a la sucesión presidencial. El tema político nacional por excelencia sigue siendo el Tlatoani.
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