La elección de tres nuevos consejeros electorales del Instituto Federal Electoral, para sustituir a los tres que ya cumplieron su ciclo, se encuentra detenida. En la Cámara de Diputados, epicentro de la definición, se cruzan acusaciones. Con distinta argumentación, en un mismo diario se concluyen profecías tremendistas, es el caso de José Carreño Carlón (Muertos y crisis a la vista) y Mauricio Merino (Por favor, no hagan lo que ya hicieron).
El asunto es que al IFE ya le pesa desde hace tiempo su “inmaculado” prestigio. Resulta ser que dentro de las instituciones del Estado mexicano el IFE representa el descendiente albino, admirado por su rareza respecto a sus consanguíneos. Imparcialidad, legalidad, transparencia son la rueda de molino a deglutir y desde hace tiempo el cuerpo político la está regurgitando. Cuando una imagen se va distanciando de la realidad vale el dicho, el hábito no hace al monje. Estimados, no le hagan al monje.
El centro de la controversia es una gran mentira de la que todos se han hecho de la vista gorda: para ser consejero se debe prescindir de ideología política o partidista. Con ese supuesto, difícil es encontrar a la persona adecuada. Ése no es el quid, para ser consejero electoral es importante tener conocimiento sobre la materia y someterse en todo momento a las obligaciones de ley que tiene todo servidor público, condiciones que no admiten simulación.
Más que argumentar sobre la base de un futuro ominoso que amenaza a la democracia mexicana, habría que escarbar en los antecedentes que torcieron a la institución. En qué momento el IFE fue seducido por el Doktor Faustus. Pudo haber sido en la refundación zedillista del IFE, que fundamentó la integridad de dicho Instituto en un presupuesto más que generoso para que el dinero del narcotráfico o de grupos de interés no corrompiera a la democracia. Subrepticiamente se creó un botín más con recursos fiscales.
Más relacionado al actual debate sobre la partidización del IFE, el punto de quiebre fue el arribo de consejeros que ocultaron su identidad respecto a específicos intereses partidistas que defienden. Los Creel, Lujambio y Molinar Horcasitas, quienes no tuvieron la prudencia de reorientar su vida hacia la academia o al activismo dentro de organizaciones civiles, incluso la actividad empresarial o el ejercicio de la profesión liberal. En ese momento evidenciaron que el IFE era un trampolín magnifico para acceder a puestos políticos. Después de eso y conociendo lo que han hecho los personajes mencionados por su apellido ¿Es creíble que la legalidad, la imparcialidad y la transparencia habiten a plenitud en las instalaciones de Periférico Sur y Viaducto Tlalpan?
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