martes, 5 de octubre de 2010

Manantial de la violencia



Cuando cuentas asesinados, cuántos asesinados cuentas. Ése sería un epígrafe descriptor de la espiral de violencia que padece México. No se vale salir por la tangente de que en otros países hay más asesinatos o que no hemos alcanzado el primer lugar en el mundo. Simplemente son muchos, es indignante querer suavizar las cifras y el país no merece estar bajo las actuales condiciones de inseguridad. Tampoco se vale deslizar la matanza como actos de terrorismo si no tiene un propósito declarado, sea este político, racial o religioso.


De cuando acá tanta violencia y pérdida del control político sobre porciones del territorio nacional. La fecha es identificable, diciembre de 2006, cuando desde el Ejecutivo federal se declara la” guerra” al crimen organizado. Y no es condenable estar en contra delincuencia, por el contrario, es naturaleza del Estado de derecho velar por la seguridad, la justicia y el ejercicio de libertades.


Ante los resultados tampoco se puede decir alegremente que el gobierno va ganando la “guerra” por el número de decomisos, armamento asegurado o delincuentes capturados. De los capturados la mayoría, abrumadora mayoría, no es alcanzada por un dictamen condenatorio que purgar. Y para no ensoñar con cuentas alegres baste considerar que las adicciones a sustancias prohibidas ni siquiera se puede afirmar que su consumo llegó al tope, más bien continúa su curva de crecimiento.


Se podrá atribuir la violencia a la codicia que mueve al modelo económico imperante, al estilo de vida delictivo que emerge del abismo de las desigualdades sociales. Son niveles de abordaje para observar al México violento. No menos importante es destacar la fuente de la violencia que proviene del gobierno mismo. Esa fuente son tres. La ilegitimidad de origen de un gobierno que a cuatro años de ejercicio no ha modificado esa condición. La impunidad que se practica y tolera, que se concede así misma la actual clase gobernante. La ineptitud operativa que no basa el diseño de políticas en el conocimiento, de una política a la medida de los amigos, cifrada en el cálculo electorero y un sesgo ideológico que conduce a la imposición de un Estado religioso y policíaco.


Así está el desarreglo. Por carencia de legitimidad que haga respetable a la autoridad. Por la impunidad que hace despreciable a la autoridad. Por la ineptitud que hace insoportable a la autoridad. Y lo que se quiere es imponer el miedo a la sociedad pues no se ha ido a fondo para atacar los circuitos financieros del crimen organizado, ni tampoco se ha convocado a la iglesia católica para que proporcione información relevante en esta lucha. Así ha sido porque lo que se quiere es no soltar el poder y no les importa el alto costo. Es la prioridad del grupo gobernante.

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