No se puede explicar la inserción que ha alcanzado el crimen organizado en el territorio nacional sin reconocer la derrota cultural del Estado mexicano. Una derrota parcial, quiero creer, de la que se cuelga la esperanza de que algún día la delincuencia tendrá menos influencia y menos exposición mediática. Por lo pronto, los mexicanos ya no podemos transitar por carretera sin que la travesía quede envuelta por la densidad de la inseguridad y evitar, en lo posible, detenerse a comer en el camino.
Para bien o para mal, existía una hegemonía nacionalista, labrada en la criticada historia de bronce. Una hegemonía que subordinaba claramente, a los ojos de todos, a las iglesias, que evitaba mezclar las actividades públicas con las privadas, lo que no siempre era así, formalmente así se asumía, de lo contrario se corría el riesgo de ser señalado de corrupto, de beneficiarse de los manejos de lo público para realizar negocios privados (Paradigmáticos resultan Miguel Alemán Valdés y Carlos Hank González) La religión tenía el alcance de una deliberación personal que por lo mismo era reconocida y no impuesta por el régimen. La clase política tendía un velo sobre su vida privada y no visitaba las revistas del corazón con la reiteración que hoy lo hace.
Esa hegemonía nacionalista entraba en colisión cuando el régimen actuaba de manera represiva frente a la protesta social. Evitar esta colisión fue el origen de la reforma política de 1977, encauzar a través del sistema electoral la protesta social, incluso disuadir la formación de focos guerrilleros de izquierda. Pero nada resultó tan devastador para la hegemonía nacionalista que el entrar en tratos con la iglesia católica y darle facilidades -manga ancha- para interferir en la vida pública (Aunque constitucionalmente lo tenga vedado) desde 1979 con el reconocimiento al Estado Vaticano.
En la siguiente década, en los ochentas, se dio el siguiente cambio cultural al iniciar el encumbramiento de los negocios privados sobre el interés público. Encumbramiento que no se dio a través de la competencia, sino de arreglos copulares para dar influencia a tal o cual corporativo empresarial. Posteriormente, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, Canadá y Estados Unidos, los intereses comerciales se impusieron y dejaron sin registro audible al interés público.
La hegemonía nacionalista se hizo inoperante y el país quedó en condiciones de subordinarse políticamente a los dictados de Washington, lo cual se ha cumplido cabalmente con el acceso del Partido Acción Nacional al Ejecutivo federal en lo que va del presente siglo. Cómo hace décadas no ocurría, el gobierno mexicano es solícito a las orientaciones norteamericanas, para casi todo se requiere mediáticamente de la aparición pública del embajador Carlos Pascual (cubano-estadounidense) Prácticamente ya no se dan enfrentamientos verbales entre ambos gobiernos. Todavía peor, se tienen regaños unilaterales, el gobierno mexicano no replica las recriminaciones que proceden allende el Bravo.
Es en este paraíso, que prescinde de la hegemonía nacionalista, junto al coro trinitario de fe, capital y proyanqui aparece en calidad de solista el crimen organizado. Como nunca, cada día que pasa más territorio es controlado por bandas criminales. Baja California o Morelos, Chihuahua o Sinaloa, Guerrero o Michoacán ¿Son acaso estos los pasos a la modernidad o algo se torció tremendamente en el camino? ¿Merecemos la guerra que hoy padecemos? Una guerra alimentada por los Estados Unidos pues de allá proceden las armas, allá está el mercado más grande en cuanto a consumo de drogas se refiere y de allá se ha importado la cultura del crimen organizado que nos ha invadido y que se ha servido silenciosamente de los circuitos migratorios. La música, la indumentaria, el habla nos indica que tras la derrota de la hegemonía nacionalista la delincuencia ha sentado sus reales en las plazas públicas.
Aún así, el gobierno dice que va ganado la guerra y su socio nos califica de bárbaros. El mercado no ha esparcido por goteo la riqueza. Los pobres, en calidad de peregrinos de la fe, no ven la suya. De entre ellos, los jóvenes no pierden cada 28 de mes para sacar santas estatuillas y pedir sabrá dios que milagros. El nacionalismo está exhausto. El país da para una anexión tanto como para una nueva revolución ¿Qué será primero?
Se renegó de la hegemonía nacionalista porque se le consideró encubridora de la corrupción y de la impunidad. Una vez que se le hizo a un lado, la corrupción y la impunidad permanecen inconmovibles. Esa es la síntesis de tres décadas de disputa por la nación.
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