No es negro, eso sí chaparrito y de copete como distintivos físicos. Es Enrique Peña Nieto, el nuevo negro de la feria al que hay que tirarle de pelotazos debido a que es el más adelantado en las preferencias para ser presidente de México en el próximo sexenio. Preferencias que son más bien construcción de ilusiones que muchas veces distraen al país de lo importante y de lo apremiante. Se sustituyó el juego del tapado por el juego de los sondeos de opinión. No se aprende la lección que precedió a la elección presidencial del 2006. En ese entonces, Andrés Manuel López Obrador era el prospecto a nulificar por parte del oficialismo. Se inventó lo del desafuero, después la campaña que lo exhibía como un peligro para México. Y ni así se echó a bajo su arrastre popular, el del Macuspano, hasta que llegó el día del “haiga si como haiga sido”.
Ahora Peña Nieto padece el hecho de ser el adelantado y estar en la primera línea receptora del golpeteo. La promoción de una modificación al código electoral del Estado de México, que elimina las candidaturas comunes y valida las coaliciones entre partidos basadas en un programa y un compromiso constructivo, ha sido motivo para enderezar campaña en contra del gobernador mexiquense. De miedoso y autoritario no lo han bajado. Son los riesgos de la política, Peña Nieto lo sabe o debe saberlo. Está por verse si los ataques lo fortalecen o lo doblan.
También es de tomar en consideración el antipriísmo de concreto armado, ese que considera a la desaparición del PRI el remedio de todos los males del país. Es la misma corriente que en la opinión impresa argumentó la alternancia a favor de ese analfabeta funcional llamado Vicente Fox, corriente que en su enfermiza fobia vuelve a la carga y nos oculta en sus silogismos el pozo político en el que se encuentra el país, llamado eufemísticamente transición. Pero en el pozo no se va para ningún lado, simplemente se está en caída libre porque no se ha llegado al fondo.
De la derrota del PRI se esperaba tener una disminución de la inseguridad pública, la percepción sensible indica que la inseguridad se ha multiplicado. De la derrota del PRI se esperaba el abatimiento de la corrupción, pero nada, puras naranjas agrias en lugar de peces gordos. De la derrota del PRI se esperaba revertir desigualdades sociales y fíjense que siempre no, por el contrario, se ha pronunciado el abismo.
Estas reyertas mediáticas que se generan por la mera invocación de “los presidenciables” son contraproducentes al espíritu democrático que supuestamente las anima. La democracia anhelada se nos escapa ante la tremenda lucha por el poder. Un poder que se jugaba con cierta estabilidad bajo el esquema del pacto corporativo. Pacto que comenzó su declive, su capacidad de conducir a la clase política y a las demás élites desde la ruptura entre priístas de 1987, lo que trató de canalizarse a través de la democracia electoral.
En el camino, a la ruptura del pacto y bajo la protección de las instituciones formales de la democracia, los poderes fácticos decidieron hacer su propio juego de chantaje permanente a las instituciones y a la sociedad, hasta realizar su asalto al poder encubiertos por el proceso electoral del año 2000, refrendando su asalto en el 2006. Es así que se ha llegado a la intolerable situación donde pocos cada vez tienen más y son menos, mientras muchos tienen menos y cada vez son más. Esa es la discusión que no se atiende y desahogarla podría ser el principio para desatorar otros temas.
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