Para entender lo que está pasando en el país y por qué el ambiente extendido de crispación, habrá que empezar por identificar qué tiene la condición de central para la actual administración federal. No tiene que ser algo escrito o dicho explícitamente, la centralidad se puede identificar en lo actuado. No es sencillo hacer la identificación pues cortinas de humo y demagogia pueden desviar muy bien la atención sobre la verdadera centralidad calderonista.
Un ejemplo es la actuación reciente del gobierno respecto a la huelga de Cananea. La toma, a través de la policía federal, de las instalaciones de la mina y el desalojo de los trabajadores para entregársela al Grupo México el domingo pasado (06-06-2010) Uso de la fuerza pública precedido de un batidillo jurídico para despejar el terreno a los concesionarios de la mina. Procedimientos retorcidos que tienen parangón con lo sucedido en la empresa paraestatal Luz y Fuerza para liquidarla y beneficiar a grupos empresariales con el aprovechamiento de la llamada fibra oscura.
Es claro que la centralidad del gobierno es servir a un puñado de empresas poderosas, todo lo demás viene resultando accesorio. La llamada “guerra” contra el crimen organizado es un teatro sangriento que distrae la mirada ciudadana de los verdaderos propósitos del gobierno. Además de muertes, esa “guerra” ha servido para instalar el miedo en la sociedad y crear las condiciones que impongan el uso de la fuerza para lo que sea.
Tampoco tiene centralidad el combate a la pobreza si no se combaten sus causas, por el contrario, se refuerzan incentivos de acumulación salvaje que reproducen y extienden la pobreza. El combate a la pobreza decae en componente accesorio. Mucho menos tiene centralidad la democracia electoral, ese otro teatro que ha servido a fin de cuentas para desprestigiar la política.
Lo que cada día se ve más claro y se hace insostenible es la centralidad de disponer de los recursos del Estado para fortalecer a una pequeña minoría. Entonces, sin capacidad de convocar a todos, se recurre a fórmulas de apariencia ciudadana pero no menos elitistas. Primero fue el desplegado en contra de la generación del No, postulando la defensa del presidencialismo y no paso nada. Esta semana se lanzó la Iniciativa México impulsada por consorcios mediáticos pero que tampoco cala en lo que percibe y siente la sociedad, un gran malestar que el gobierno y sus aplaudidores no aciertan a registrar.
Si en su momento no se verificó la legitimidad electoral del actual gobierno, la oportunidad de legitimarse a través del ejercicio del gobierno ya no fue. El autoritarismo es ya emblema del sexenio y día a día vemos una mayor descomposición en la relación de la autoridad con la sociedad. El abismo entre gobernantes y gobernados se ve en la indiferencia gubernamental respecto a los menores de edad que han caído durante el combate al crimen organizado. 900 menores han muerto en guerra al narco. Ni culpabilidad, ni reparación, el gobierno asume lo sucedido como daños colaterales. La insensibilidad es advertencia de que cosas peores pueden pasar. Herodes ha sido representado en pleno siglo XXI con la misma misión que se le asignó en los evangelios: defender el statu quo. Es la descomposición.
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