Andaba Ernesto Zedillo en Davos, Suiza, desde allá declaró que el problema de la competencia electoral en México se condensaba en una disputa inequitativa. Por tal motivo, expuso el entonces presidente, proponía una reforma política definitiva. Eso ocurrió en la última década del siglo pasado. La historia ya la conocemos, se hizo la reforma que dio paso al gobierno dividido. Reforma que fue ajustada para permitir coaliciones a modo como la que catapultó a Vicente Fox. Esa reforma se agotó en la alternancia demostrando que no fue la última. Alternancia forzada pues la credibilidad del Instituto Federal Electoral estaba en juego sólo por el hecho de admitirla –a la alternancia- valiéndose de la cortina de humo del Pemexgate y soslayando el financiamiento exterior de la campaña de Fox. Zedillo le abrió el paso al PAN pero no a la democracia como tal, a plenitud.
Bajo otras circunstancias, que no obstante se justifica en la deficiencia de la democracia mexicana, Felipe Calderón convoca a realizar una reforma política de fondo. El martes 15 de diciembre convocó a los medios para hacer el anuncio de su video propuesta, de un video decálogo para una nueva reforma. Como es costumbre en Calderón, mucha palabrería sin las tripas en la mano, tal como esos charlatanes que hacen cirugía sin bisturí o algún otro instrumental avanzado.
El michoacano pergeñó una especie de exposición de motivos de la que sustrajo información básica que él posee: ¿Cómo se ganan elecciones haiga sido como haiga sido? Esa hubiera sido una argumentación poderosísima desde la cual justificar la reforma de fondo, pues en México se espera que algún día el sufragio sea efectivo. No lo hizo. Aunque dice Calderón que el eje es el ciudadano no aclara qué ciudadano, al menos no el de México con bajas calificaciones en desarrollo social (Alimentación, educación, salud) En verdad la reforma tiene dos ejes, uno es la zanahoria de la reelección que hace tiempo propuso Jorge Castañeda, el otro eje es la descalificación de los legisladores bajo el sambenito de ineficaces, de tortuosos a la hora de tomar decisiones. Así planteado, la reforma ha nacido muerta, a menos de que el PRI decida sacarla adelante.
La verdad es que Felipe Calderón ha agotado la poca credibilidad que tenía, tan así es que lo razonable de su planteamiento se hunde en la sospecha. No hay en la reforma ninguna mención que obligue al Ejecutivo a no entrometerse en asuntos electorales, ni que lo obligue a una verdadera rendición de cuentas. Quiere manejar a su antojo las determinaciones legislativas sobre el presupuesto y los ingresos, pero calla acerca de la irresponsabilidad del subejercicio. Tampoco resuelve la intervención de los poderes fácticos para amarrarles las manos, de los gobernadores y el crimen organizado también. Lo de las candidaturas independientes es una incógnita ¿Independientes de qué o de quiénes?
Un mal socio le hizo la propuesta de reforma política al Presidente, con ganas de desprestigiarlo aún más.
Pretender recargar el presidencialismo es confesión de que todo el entramado de instituciones autónomas fracasó en su intento de moderar al poder ejecutivo. ¿Es el IFE más autónomo hoy? Igual se puede interrogar sobre del IFAI, del INEGI, de la CNDH y de Banxico. La verdad es que con Calderón han perdido autonomía.
La reforma creíble debe contener una propuesta adicional, adelantar las elecciones presidenciales del 2012 al 2010. Eso sí sería celebrar en grande el bicentenario de la Independencia de México y el centenario de la Revolución.
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