El 2009 es un año al cual los actores políticos quieren despedir ya. Y qué será del 2010: las opiniones escasean. Nada como recordar 1994, año terrible en el que la violencia se hizo parte del paisaje. El año que siguió, 1995, no fue mejor, aparición pública de la rebelión indígena de Los Altos de Chiapas y estrepitosa caída de la economía. Por eso la cuestión es por qué tanta ansiedad por apurar 2009 si no hay certidumbres esperanzadoras para el que sigue.
En el año que termina la economía se derrumbó por la falta de previsiones eficaces, las que se tenían -el blindaje- no fueron tales. Aunque se sabía que la producción petrolera ya no era suficiente para las finanzas nacionales no se hizo nada para fortalecer la industria, a lo más que se llegó fue a comprar un seguro para paliar los números negativos que arrastraba la paraestatal PEMEX. No se tenía un plan para fortalecer, por el contrario, se quería continuar el deterioro de la empresa. Eso debilitó al país frente a la crisis.
Otro factor que aportó a la vulnerabilidad de la economía mexicana ha sido la “guerra” contra el narcotráfico declarada por el presidente Calderón. Afectó pues la violencia, espantó capitales y no se tenían las estimaciones de qué tanto en el país la producción y los servicios en general estaban “prosperando” por el efluvio del dinero negro. Qué tanto estaba instalada la narcoeconomía.
Por su parte, el gobierno se escudó en los factores externos, para eludir responsabilidad. Dice que la crisis vino de Estados Unidos, pero no explica por qué México fue el más afectado. Dice que la influenza nos vino de fuera, pero no aclara por qué aquí fue tan devastadora para la economía, para el turismo para ser precisos, como en ningún otro país.
Es en la autocrítica donde Felipe Calderón le ha sacado la vuelta. Su administración sobrevive gracias a la respiración de boca a boca que le ha dado el PRI. Los priístas han demostrado lo que saben hacer: apoyar al presidente en turno.
Ante este panorama, el Presidente decidió operar cambios sin explicar para qué. Elogia a Carstens, hizo las cosas tan bien en Hacienda –se le cayó la economía- y ahora se le manda como gobernador del Banco de México. Lo mismo ocurre con Ernesto Cordero, su esplendido trabajo en SEDESOL –se le multiplicaron los pobres del país- que ahora se le da la encomienda de levantar la economía. Antes de iniciar Cordero, ya le embarraron sus nuevas responsabilidades introduciéndolo como candidato fuerte para disputar la presidencia de la república en el 2012. Y no es que se quiera desearles la mala suerte, no es el caso. Si el pasado reciente no los dota de buenos augurios, la fortuna no está obligada a seguirlos. Si la recuperación económica es consistente en Estados Unidos, la producción y la mano de obra mexicana puede reciclarse al impulso norteamericano. Si los grandes capitalistas están dispuestos a repatriar capitales, seguro que se beneficiará el desempeño económico del país.
Si el Presidente hace uso de sus facultades para reactivar el sector público, también se pueden mejorar los números económicos. Pero esa decisión no corresponde con su ideología, por el contario, está más dispuesto a rematar las últimas empresas del sector con miras a obtener beneficios en el corto plazo, nada más para entregar la estafeta al que lo suceda. Puede, por decreto, finiquitar el IPAB que ha sido insaciable devorador de recursos fiscales. Eso sería una sorpresa y ganas de querer el bien de todos.
Frente a la cruda realidad se alzará la danza de cifras. El coreógrafo está listo, falta la aprobación del auditorio.
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