Lo opinión generalizada sobre el gobierno de Calderón constituyen exequias para un gobierno muerto. Entendido gobierno en la restricción de su significado a la evidencia de rumbo y a la vitalidad del apoyo popular (no confundir con las encuestas) Cada vez son más los que no le ven rumbo al gobierno y son mucho menos los que están dispuestos, a voluntad, a salir a la plaza pública para celebrar al presidente constitucional pues no hay motivo para ello: más desempleo, más pobreza, más delincuencia. Todo acto público presidencial está blindado del contacto con el pueblo.
Felipe Calderón sabe que se le fueron tres años pero no tiene la humildad de la autocrítica. Se justifica aduciendo a la proclividad, no dice de quien, de preferir el debate estéril. Se le olvida que el debate lo hacen cuando menos dos. Se le olvida que él ha preferido las campañas publicitarias al debate. Recordemos el tesoro escondido, la desaparición de tres secretarías o el 2% de impuesto al consumo para combatir la pobreza, por mencionar algo de su repertorio publicitario. Antes de concluir el debido acuerdo y alcanzar la definición legislativa se tañían las campanas de la publicidad. Ahora el presidente Calderón se dice dispuesto a reiniciar y vuelve a los temas de la reforma energética, fiscal y política.
El gobierno ha muerto y el país vive gracias a las instituciones del Estado construidas en el siglo pasado, gracias a la sociedad que pese a su desesperación y sufrimiento no se ha rebelado para exigir la renuncia del gobernante. Cierto que la solicitud existe, no con la fuerza suficiente para ser un reclamo popular. Las condiciones están dadas, a la explosión la detiene el pretexto que colme la desmesura del encono.
La pregunta vital para el país no es saber en qué falló Felipe Calderón. Eso ya lo sabemos: falló en todo. Como sociedad se ha fallado en la ejecución de la transición hacia la democracia. El autoritarismo quedó intacto pues las instituciones de la democracia electoral sustituyeron al pacto social. Así como en el pasado el pacto social, que dio identidad y fuerza a la nación, fue desvirtuado por el corporativismo que dio pie al ejercicio autoritario del poder. Hoy la democracia ha quedado desvirtuada por el rejuego de los poderes fácticos, poderes que han reinstalado el ejercicio autoritario. Sólo asociando la democracia al pacto social se podrán generar mejores condiciones para confrontar y evitar el autoritarismo.
En esta situación el PRI ha dejado de ser promotor del pacto social, lo ha echado al olvido y ha preferido ser el principal sostén político de Felipe Calderón, a sabiendas de que el gobierno está muerto, pues el reconocimiento y el liderazgo sólo alcanza para su familia nuclear, según lo agradeció Calderón en el aguado festejo del tercer aniversario del gobierno fenecido.
El país se le ha ido de las manos, son las instituciones del Estado y la sociedad las que han evitado el caos. La pregunta es hasta cuándo. Será hasta que todo el territorio se convierta en campo de batalla de los tres ejércitos (Javier Ibarrola dixit) y la sociedad quede sometida a alguno de ellos: al del narcotráfico, al del verde olivo o al inventado por Calderón, el ejército negro de Genaro García Luna. ¿Será necesario llegar a tal extremo? Y sólo entonces la movilización popular opere el cambio de manera extraparlamentaria y a pesar de los partidos.
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