Extraño que esté por terminar el mes de septiembre y el informe presidencial haya pasado desapercibido, a no ser por la “spotiza” (neologismo de la picaresca política mexicana) que nos pincela el gobierno en la prensa, radio, la televisión, teléfono e Internet para referir acciones, datos, cifras de lo realizado por la administración de Felipe Calderón. En alguna medida, esta percepción está determinada porque el nuevo formato para informar al Congreso, del estado que guarda la administración pública federal, constitucionalmente no exige ni la presencia, ni el discurso presidencial ante senadores y diputados. Basta con que algún representante del Ejecutivo presente puntualmente el primero de septiembre el documento del informe.
La invisibilidad del informe también fue provocada por la apuración del presidente Calderón por relanzar las reformas estructurales tantas veces propuestas por la tecnocracia. El famoso decálogo ofrecido el 2 de septiembre, envuelto con la prioridad del combate a la pobreza, opacó el informe. Acto seguido, la glosa del informe por parte de los secretarios de Hacienda, Gobernación y Desarrollo no ha sido tal, pues se ha privilegiado debatir con el Congreso el paquete económico destinado a tapar el boquete de las finanzas públicas proponiendo recortes, impuestos, alzas a los energéticos, entre otras medidas. Hemos visto a los secretarios defender el nuevo impuesto del 2% al consumo, aunque poco o nada abundara sobre el tercer informe presidencial.
Y no es que el informe se encuentre desconectado del paquete económico, por el contrario, es el soporte documentado que justifica la propuesta. Por tal razón, mucho es lo que valdría saber del informe, no tanto como publicidad o autoelogio de una administración, sino datos con fuerte dosis de realidad como para fundamentar con solidez cualquier propuesta.
Como la mayoría de los ciudadanos, que no estamos familiarizados con el lenguaje de las finanzas públicas, ni con la confección de presupuestos y misceláneas fiscales y, si acaso, algunos nos enteramos por la prensa de los asegunes financieros. Los ciudadanos sí requerimos una explicación clara y contundente de cómo se formó el mentado boquete. Necesitamos saber qué se ha hecho de los recursos públicos, ser informados sobre el uso de los excedentes petroleros, enterados sobre el no ejercicio de gasto presupuestado (le llaman subejercicio) y, un capítulo especial, qué tanto de los recursos públicos se fueron por la cañería de la corrupción (rendición de cuentas) o en proyectos mal planteados. Además, saber no sólo del costo presupuestal de la declarada guerra al crimen organizado, también de su efecto en la economía.
Pero parece que el gobierno quiere dejar la impresión de que sustancialmente la crisis vino de fuera, con la crisis de las hipotecas que afectó al sistema financiero mundial. Lo cual en parte es verdad, al tiempo que un desmentido del supuesto blindaje que amurallaba a la economía nacional. Todo un contrasentido creer en la apertura de la economía y pretender construir “blindajes” económicos.
Ante un informe presidencial invisible, cabe la inferencia de que Felipe Calderón no sabe administrar o, peor aún, se maneja con la clave del viejo presidencialismo que en varios aspectos ha sido desmantelado. Guiado el Ejecutivo por la estrechez de una ideología económica empeñada en disminuir al Estado, que es presentada como la única política de Estado, evita informar su fracaso.
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