En la enumeración de los ganadores del cinco de julio de 2009, todas las listas que se han publicado coinciden en excluir a la ciudadanía. Nadie ha proclamado ¡Ganó la ciudadanía!
Qué tiene que suceder para que los ciudadanos se sientan los ganadores indiscutibles. Algo aparentemente fácil de cumplir, que la ley y los poderes públicos establecidos fluyan su acción benefactora hacia las mayorías. Que la ciudadanía no sólo se sienta en un país libre sino también justo. Para ello, la correlación de fuerzas resultante tendrá que llegar a los acuerdos a pesar de las convicciones y de las costumbres políticas.
Decíamos aquí que las encuestas previas al día de las elecciones del 5 de julio resultaban demasiado optimistas para el Partido Acción Nacional. Se argumentaba que en la memoria inmediata de la ciudadanía había suficientes motivos para votar en contra del PAN: crisis económica, inseguridad e impunidad. Aunque esta presunción contó con los asideros suficientes para comprobarse en los resultados, cabe incluir una razón de orden operativo: los gobernadores priístas que en 2006 decidieron favorecer a Felipe Calderón, el día de ayer no encontraron incentivo para volverlo apoyar. Por eso la debacle fue más estruendosa para el PAN. Hasta ahora, Felipe Calderón y su círculo íntimo no han encarado la precaria legitimidad con la que llegaron a la presidencia de la república. Mucho menos consideraron que su arribo se consintió gracias a un préstamo de otras fuerzas políticas. No obstante, desde Los Pinos se asumieron con todo el poder capaz de imponer condiciones. El error de cálculo se reflejó ayer en las urnas con un resultado adverso para las aspiraciones del grupo gobernante. Lo que se propusieron no fue lo que pudieron y hoy tendrán que aceptar lo que la realidad les imponga. No hay lugar para la tozudez. En un ejercicio de estadista, tendrán que replegar algunas de sus posiciones políticas más arraigadas. Entre ellas su creencia en la inmaculada acción del mercado y tendrán que tomar decisiones contrarias a su parecer: lo que el grupo en el poder llama populismo. Para revertir los efectos devastadores de la crisis económica tendrán que tomarse medidas efectivas desde el gobierno para reactivar el empleo y prodigar bienestar social.
Por su parte, la fuerza política ganadora, el Partido Revolucionario Institucional, no puede considerar que las urnas ratificaron su creencia de que ellos si saben gobernar y el pueblo decidió refrendarles su confianza. Si la ecuación fuera tan simple y contundente nunca habría caído de la supremacía política ese instituto político. El PRI está obligado a dar acuse de recibo del hartazgo ciudadano respecto a la impunidad y la falta de transparencia de la clase política mexicana de la que ellos son su representación por antonomasia. Desde el PRI se tienen que promover los cambios que erradiquen la corrupción que ha sido su estigma.
Sólo así se podrá considerar que el esfuerzo ciudadano para otorgar su voto valió la pena y los ciudadanos podrán considerarse ganadores de este proceso comicial.
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