La derecha mexicana en el poder, acorralada por sus delirios católico integracionistas, no encuentra salida a su despropósito. La adversidad que le plantea la caída de la economía, la violencia sin control del crimen organizado y la contingencia sanitaria que decretó la influenza la sacan de sus casillas, pues la superioridad que se atribuye no le es correspondida por la realidad. De ahí que se pierdan las maneras diplomáticas y se adopten tonos agresivos cuando en el exterior no valoran el papel de salvador de la humanidad que se auto asignó Felipe Calderón.
Es esta derecha, sin adjetivo liberal, que se pone a disparatar cuando no se siente comprendida por otros gobiernos, como si hubiera una urgencia de reconocimiento unánime. Irreflexivamente descalifica la precavida reacción de algunos gobiernos ante la situación por la que pasa la salubridad en México por causa del brote epidémico. Si las autoridades mexicanas reconocen el riesgo en el que se encuentra la población porqué reaccionar con molestia ante decisiones de otros gobiernos que quieren evitar la propagación del contagio. En ese punto los gobiernos de todo el mundo están en alerta. El enojo presidencial como exabrupto no es nacionalismo y mal puede ser asimilado por algunos ciudadanos, al transformar el enojo en xenofobia.
La plaga de la xenofobia tiene su vitrina en la sección de comentarios que está abierta por los diarios en su versión online. Lo que se dice, como se dice, son verbalización de un México bronco que no es producto de la pobreza material, sino de la ignorancia y frustración de una clase media resentida por la pérdida de oportunidades que la hacen sentirse insuficientemente reconocida y valorada de acuerdo con lo que es la regla: el acceso al consumo.
Las actuales condiciones de crispación son propicias para darle rienda suelta a la xenofobia. Y si alguna responsabilidad pública está obligada al domino y control sobre el enojo, esa es la responsabilidad de la presidencia de la república. Un presidente enojado se descalifica para conducir un trabajo de conjunto con sus colaboradores directos, con los otros niveles de gobierno y con los otros poderes establecidos. Un presidente enojado no es factor de unión para la nación.
El enojo es imán de males. Y como dice el dicho, el que se enoja pierde.
Sereno Moreno, apenas vamos llegando a la mitad del sexenio.
Es verdad que al tema de la xenofobia se le mira de soslayo, no es noticia, pero más vale advertirlo.
En los últimos días la influenza ha quedado eclipsada por el lodo característico de las campañas, la ruta dictada por Germán Martínez, proseguida por Carlos Ahumada y reforzada por un ex presidente. El México bronco que también se expresa en los choques que se dan dentro de la clase política y del cual la audiencia nacional es testigo a través de los medios. La última confrontación verificada el día de hoy por la mañana entre dos ex presidentes de la república, Miguel de la Madrid (1982-1988) y Carlos salinas de Gortari (1988-1994), expuesta ante el matutino MVS Noticias a cargo de Carmen Aristegui. ¿Algún día sabremos las motivaciones del presidente gris en contra del villano favorito? Una entrevista en artículo mortis. Qué valioso hubieran sido estas declaraciones en 1995, mejor aun si el declarante levantara denuncia hacia la autoridad correspondiente. Pero eso no va suceder. Enfermo y senil, De la Madrid se metió a la guerra sucia con un balbuceo incoherente y con un sentido que no sin trabajo aprovechó el señor de los lodos: enjuiciar al PRI.
Es el camino que el PAN ha elegido para llegar el 5 julio. Que nadie se sorprenda si el abstencionismo se aposenta de las urnas, ni se espante si se le señala al PAN como el partido que promueve la polarización de la sociedad.
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