lunes, 16 de marzo de 2009

Empresarios


Los empresarios de las telecomunicaciones están en el centro de la disputa política, desde el caso de las promociones publicitarias de los partidos presentadas en paquete durante eventos deportivos televisados, pasando por la incapacidad exhibida por el sector gobierno dentro del ramo para arbitrar a los competidores. Que así sea no es atribuible a la coyuntura, al partido en el gobierno o al presidente Calderón. Al menos no de manera lineal o unívoca.

Los sucesos de enero, febrero y marzo no tienen un recuento puntual de la actividad política. A excepción del aniversario del PRI, con todo y que pasó como un acontecimiento del montón, o la larga marcha de López Obrador por todos los municipios del país, los partidos y los políticos no llaman la atención. No importa que estemos en año electoral, con renovación de la Cámara de Diputados y cambios en cuatro gubernaturas, la política está fuera de foco. Primero están los temas de la crisis económica y la “guerra” contra el crimen organizado. Ni la conducción del actual cuerpo de consejeros del IFE ha contribuido a darle personalidad al año electoral, por el contrario, ése Instituto está varado en su fragilidad de origen ante las empresas de radio y televisión.

La atención se ha concentrado en la política que hacen prominentes miembros de la élite económica. El caso de Luis Téllez desnudó una lucha por la riqueza, de manera específica la generada por las telecomunicaciones, con una proyección no vista. No por falta de interés de los empresarios, simplemente las instituciones que antes estaban manos de los políticos siempre dejaban con menor visibilidad en la arena política a los empresarios y éstos quedaban recluidos mediáticamente en las páginas de sociales de los diarios.

Lo que todos sabemos de manera muy clara, es que desde el sexenio de Luis Echeverría se dieron las primeras manifestaciones empresariales por un mayor protagonismo político, principalmente desde el Grupo Monterrey. Pero fue la nacionalización del sistema bancario en 1982 lo que lanzó a los empresarios hacia un mayor acercamiento hacia la política, a desarrollar un mayor interés por participar directamente sin tener que acogerse a la figura del partido hegemónico imperante en ese entonces. Es por eso que desde los tiempos de Miguel De la Madrid, y con la llegada de los tecnócratas -tan lejanos del PRI y tan cerca del PAN- la vocación de poder de los empresarios ha ido en aumento, hasta ganar real autonomía respecto de la burocracia política. Como lo vemos ahora.

Durante tres sexenios, de 1982 al 2000, una minoría de empresarios pugnó por la liberalización económica, misma que les fue concedida para su beneficio pero no en el sentido de desarrollar el libre mercado, pues un grupo de empresas con prácticas monopólicas y favorecidas por decisiones políticas, terminaron por desarrollar un mercado muy distorsionado, de escasa competitividad al tiempo que perdía dinamismo el papel del gobierno para incidir directamente en la economía. Ése modelo encontró su complemento político con el desalojó del PRI y el arribo del PAN hace ocho años. Con Vicente Fox se definió un gobierno de empresarios para empresarios y hoy con Felipe Calderón el modelo hace agua.

La debilidad del actual esquema de poder es lógica. Si un puñado de empresarios tiene control sobre la economía y tienen en la política una esfera más a su dominio, ven a los secretarios de agricultura, comunicaciones, economía y energía como virtuales subordinados suyos, por ejemplo. Si institucionalmente no hay quien pueda estar por encima de los hombres de negocios ilustres, qué cosa más natural que las diferencias entre ellos no encuentren el árbitro que los merezca. Por eso Calderón no puede, porque antes de llegar a la Presidencia se entregó a los poderes fácticos. Esos poderes que reniegan de los partidos y se sienten con la fuerza suficiente para pasar por encima del IFE.

Y no se trata de argumentar que todo tiempo pasado fue mejor, sencillamente el presente no es mejor.

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