viernes, 30 de enero de 2009

Cada quien su crisis


El fin del Consenso de Washington tiene el aspecto de posguerra, el mundo y las naciones se sienten constreñidas a modificar los supuestos utópicos del mercado, entre los que se encontraba la no crisis. De Davos a Belem, de Suiza a Brasil, del Foro Mundial Económico a su propuesta alterna, el Foro Social.

En México, el Congreso organiza su propio foro: México ante la crisis ¿Qué hacemos para crecer? Temas idénticos con diferentes salidas. Los exmandatarios que llegaron a México (González, Lagos, Prodi y Sanguinetti) coincidieron, ante la crisis la decisión es política y urgente. No todos la escucharon en el mismo sentido. Para el secretario de Hacienda es cuestión de volver al tema de las reformas estructurales, para otros es necesario cambiar el modelo económico que no genera la suficiente riqueza y esta es de alta concentración en unas cuantas manos.

Seguramente las expectativas del encuentro que se da en México serán más elevadas que las realizaciones, eso si se observa tras el cristal de la Reforma del Estado que se aprobó el año pasado. Todo porque los consensos concluyen en un reparto de ventajas que terminan por ser parches de lo existente. El consenso al que se llegue será feliz si es integrador, incluyente, omnicomprensivo desde la pluralidad. Para ello empezar por reconocer la cruda realidad, como lo ha hecho el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, aceptando lo que el gobierno se ha resistido a reconocer, el no crecimiento para este año. Si algo duele al orgullo de los presidentes en México es la pérdida de dinamismo de las inversiones y la devaluación de la moneda. En el pasado existía un adagio: presidente que devalúa se devalúa.

A contracorriente, el presidente Calderón desde Davos hace malabares sicológicos recomendando el optimismo, como queriendo propiciar una promesa autocumplida. Concita a no dar información negativa sobre el encaramiento de la crisis, pues hacerlo significa que las expectativas negativas refuercen los malos augurios. Consejos que parecen salidos de un manual motivacional de superación personal, distantes de los procedimientos probados de la ciencia económica que le debió haber trasmitido Georgina Kessel a Calderón, como sí lo hizo Ifigenia Martínez con Ortiz. Hay de maestras a maestras.

En fin, así es y ha sido el debate, un duelo de razonamientos armados de lógica y deseos. Si la experiencia histórica marca el ciclo recesivo en dos años, también ha sucedido que un año sin crecimiento preludie un ciclo de recuperación.

En medio del debate, por causas de la debilitada legitimidad, Felipe Calderón le ha dado un doble propósito a su viaje a Europa, el implicado por la reunión del foro, llamado diseñando el futuro después de la crisis. Todo lo que diga sobre la situación económica de México y lo que está haciendo el gobierno tiene sentido para la audiencia que se reúne en el encuentro de los Alpes Suizos. Pero si se aprovecha el viaje para vender la imagen de México como lo han hecho los mandatarios que han asistido a ese foro se equivoca. Los que asisten no se deja cautivar por imágenes, les interesa conocer la cruda realidad en voz del máximo representante de un país, en este caso México.

No se sabe porqué los gobernantes mexicanos se envuelven en la fantasía de que con su elocuencia, que es limitada, tienen el artificio que dé cauce a las inversiones. En esta ocasión el presidente se propuso contrarrestar la información distorsionada que sobre México se tiene. La verdad que el foro es insuficiente e inadecuado, las noticias de México son las de un país azolado por la delincuencia organizada. Ahí está la horripilante historia de El Pozolero, desintegrador de cuerpos en una solución de ácidos aplicados sobre personas que se tenían por desaparecidas o el violento asalto a un investigador francés en las inmediaciones del aeropuerto de la Ciudad de México.

Quien incluyó el tema de la imagen dentro de la agenda presidencial no le ayudó al presidente. Seguramente el mismo que se le ocurrió difundir del almuerzo entre Calderón y Ernesto Zedillo.

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