No ha llegado al Pleno de la Cámara de Diputados la versión final de la reforma al Código Federal de Instituciones y Procesos Electorales. No por falta de acuerdo entre las principales fuerzas políticas. Sucede que los partidos minoritarios se sienten excluidos y afectados por este proceso legislativo. Pero esa no es la causa principal de la demora.
La presión sobre los legisladores viene de parte de los radiodifusores, quienes cabildean a favor de sus empresas. No se conocen públicamente las menudencias de dicho cabildeo, lo que sí es del dominio público es la campaña contra la política y contra los políticos. Hablan a nombre de los ciudadanos y defienden la libertad de expresión, como señuelo para defender su negocio (es su derecho) Lo que no hacen explícito es su defensa de las ventajas que tienen estos grandes empresarios sobre el resto de la ciudadanía dentro de los procesos electorales.
Como todo poder fáctico, gustan de imponerse sin asumir responsabilidades públicas. Se saben gran elector porque a través de su cedazo se levantan estatuas y se erigen cadalsos. Eso sí, previenen: ¡La partidocracia nos quiere gobernar! Pues qué no es esa una aspiración legitima y legal de los partidos, constituirse para ser gobierno y gobernar. O qué, se trata de que el gobierno se limite a darle curso a beneficios privados por encima de la ley y la verdadera competencia. Luego se espantan de que la delincuencia organizada prospere.
No es casual que en estos días Ricardo Salinas Pliego sea la comidilla de la opinión escrita, no sólo por su ataque a los políticos que ya es costumbre en él. Sino por su desconocida vocación de jilguero. Vocación que no le pertenece, a menos que se asuma como parte del viejo PRI. Decir que Salinas Pliego es un jilguero resulta elogio. Cuando en primera persona del plural afirma, palabras más menos, que Felipe Calderón es el tipo de Presidente que los mexicanos queremos, Salinas Pliego se rebaja a la calidad de un rastrero adulador. Quien adula algo quiere. ¿Así aduló a Raúl Salinas de Gortari para que le prestara treinta millones de dólares y así completar la compra de TV Azteca? ¿Pagó ese préstamo? ¿Se lo cobró Raúl? Ricardo Salinas ha recurrido hasta el vandalismo para tener una señal más de televisión, ha recurrido al estiramiento de la ley para sustentar su Proyecto 40 del que todos sabemos que él lo opera cuidándose de ligarlo a la imagen corporativa de sus otros negocios.
Esa es una razón por la que el capitalismo tiene mala fama, por fingir la libre competencia. Tal vez es el mal del capitalismo hispanoamericano. Ahí están las revelaciones de Jacobo Zabludovsky en su columna Bucareli de El Universal, expone los oficios del Rey Juan Carlos de España para beneficiar en una licitación del gobierno de Vicente Fox a una empresa española (La función del rey 26-11-2007)
Pero no nos extraviemos del tema, la reforma del Cofipe, la interrogante que levanta ¿Se doblará la Clase Política? Es muy posible, la dependencia que tiene de la imagen que de ella proyectan la radio y la televisión es talón de Aquiles de los políticos. Ese es el suspenso.
La presión sobre los legisladores viene de parte de los radiodifusores, quienes cabildean a favor de sus empresas. No se conocen públicamente las menudencias de dicho cabildeo, lo que sí es del dominio público es la campaña contra la política y contra los políticos. Hablan a nombre de los ciudadanos y defienden la libertad de expresión, como señuelo para defender su negocio (es su derecho) Lo que no hacen explícito es su defensa de las ventajas que tienen estos grandes empresarios sobre el resto de la ciudadanía dentro de los procesos electorales.
Como todo poder fáctico, gustan de imponerse sin asumir responsabilidades públicas. Se saben gran elector porque a través de su cedazo se levantan estatuas y se erigen cadalsos. Eso sí, previenen: ¡La partidocracia nos quiere gobernar! Pues qué no es esa una aspiración legitima y legal de los partidos, constituirse para ser gobierno y gobernar. O qué, se trata de que el gobierno se limite a darle curso a beneficios privados por encima de la ley y la verdadera competencia. Luego se espantan de que la delincuencia organizada prospere.
No es casual que en estos días Ricardo Salinas Pliego sea la comidilla de la opinión escrita, no sólo por su ataque a los políticos que ya es costumbre en él. Sino por su desconocida vocación de jilguero. Vocación que no le pertenece, a menos que se asuma como parte del viejo PRI. Decir que Salinas Pliego es un jilguero resulta elogio. Cuando en primera persona del plural afirma, palabras más menos, que Felipe Calderón es el tipo de Presidente que los mexicanos queremos, Salinas Pliego se rebaja a la calidad de un rastrero adulador. Quien adula algo quiere. ¿Así aduló a Raúl Salinas de Gortari para que le prestara treinta millones de dólares y así completar la compra de TV Azteca? ¿Pagó ese préstamo? ¿Se lo cobró Raúl? Ricardo Salinas ha recurrido hasta el vandalismo para tener una señal más de televisión, ha recurrido al estiramiento de la ley para sustentar su Proyecto 40 del que todos sabemos que él lo opera cuidándose de ligarlo a la imagen corporativa de sus otros negocios.
Esa es una razón por la que el capitalismo tiene mala fama, por fingir la libre competencia. Tal vez es el mal del capitalismo hispanoamericano. Ahí están las revelaciones de Jacobo Zabludovsky en su columna Bucareli de El Universal, expone los oficios del Rey Juan Carlos de España para beneficiar en una licitación del gobierno de Vicente Fox a una empresa española (La función del rey 26-11-2007)
Pero no nos extraviemos del tema, la reforma del Cofipe, la interrogante que levanta ¿Se doblará la Clase Política? Es muy posible, la dependencia que tiene de la imagen que de ella proyectan la radio y la televisión es talón de Aquiles de los políticos. Ese es el suspenso.
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