No se sabe hasta qué punto la confrontación entre el presidente Calderón y su antecesor, en la versión de su aparición televisiva el mismo día en las pantallas de los Estados Unidos, es una pugna de fondo, de mundos, de concepciones. No se sabe hasta qué punto el adelanto de los tiempos para elegir una nueva dirección nacional del PAN es parte de una confrontación real. La derecha, hasta que no demuestre lo contrario, nos ofrece una cortina de humo más.
El tema central, que es el de la Reforma del Estado, es confinado a los temas electoral y de régimen de gobierno. Muy de soslayo pasan los temas de la seguridad, la justicia y de las garantías sociales, que son los temas de la sociedad. Primero pasan los temas de los políticos y su relación con los factores reales de poder. Los asuntos que gravitan en la cotidianidad, en el día a día, que permanecen después del temporal de las elecciones, son los temas que ponen a prueba un cambio real y no un cambio de fachada, del partido hegemónico al pluripartidismo.
No se puede ignorar que la exigida lucha contra el narcotráfico está limitada a un esquema policíaco y poco se avanza para modificar las condiciones económicas y sociales que son caldo de cultivo de la alta criminalidad. Condiciones que también detonan la injusticia jurídica (civil, mercantil y penal) y social. Se incautan más de 11 toneladas de cocaína pero no se detiene el engranaje. Se investiga la pederastia pero esta encuentra un lugar estelar en la videograbación clandestina. Inseguridad e injusticia se encuentran o conforman una realidad siamesa en Pasta de Conchos, toponimia localizada en el estado de Coahuila que se hizo célebre en febrero del año pasado cuando explotó una mina de carbón dejando más de sesenta muertos, de mineros que laboraban en las cavernas del yacimiento y de los que la autoridad y la empresa quisieran enterrar en el olvido.
Algo está mal en México frente al bien ganado espacio en las últimas décadas con la ampliación de libertades (prensa, economía y política). Las instituciones encargadas de la seguridad y la justicia no pueden remontar la desigualdad, no pueden reconciliar un país dividido. La inseguridad y la injusticia se han extendido, son habitantes orondos de un país que tiene una ciudadanía enclenque, flagelada a su merced. De nada de eso habla el barbaján de Vicente Fox pues nunca ha sido asunto suyo, ni como diputado, ni como gobernador, tampoco como presidente, ni hablar de su condición como ex mandatario. Su apuración es la de justificar su riqueza, de manera tan torpe como se hizo personaje público, diciendo mentiras con el talante de un bufón que encontró su medio en la videopolítica.
Si el cimiento de un Estado encuentra en la seguridad y la justicia su razón de ser, si estos dos bienes no son proveídos por él, entonces el Estado ha sido derrotado. Se concluye con rapidez, a los ojos de un neoanarquismo de derechas que el Estado es un estorbo, que sólo falta enterrar el mito de la Revolución para que la plenitud de una era próspera se instale. Exequias del mito que hace tiempo se han consumado, dejando como plenitud visible la guerra de todos contra todos, la ausencia del Estado. En esas estamos, conformando una geografía de inseguridad e injusticia en una nación que ha dejado de ser modelo para su emulación en otras latitudes. México ya no tiene nada que enseñar, salvo la pudibunda voracidad de sus élites.
El tema central, que es el de la Reforma del Estado, es confinado a los temas electoral y de régimen de gobierno. Muy de soslayo pasan los temas de la seguridad, la justicia y de las garantías sociales, que son los temas de la sociedad. Primero pasan los temas de los políticos y su relación con los factores reales de poder. Los asuntos que gravitan en la cotidianidad, en el día a día, que permanecen después del temporal de las elecciones, son los temas que ponen a prueba un cambio real y no un cambio de fachada, del partido hegemónico al pluripartidismo.
No se puede ignorar que la exigida lucha contra el narcotráfico está limitada a un esquema policíaco y poco se avanza para modificar las condiciones económicas y sociales que son caldo de cultivo de la alta criminalidad. Condiciones que también detonan la injusticia jurídica (civil, mercantil y penal) y social. Se incautan más de 11 toneladas de cocaína pero no se detiene el engranaje. Se investiga la pederastia pero esta encuentra un lugar estelar en la videograbación clandestina. Inseguridad e injusticia se encuentran o conforman una realidad siamesa en Pasta de Conchos, toponimia localizada en el estado de Coahuila que se hizo célebre en febrero del año pasado cuando explotó una mina de carbón dejando más de sesenta muertos, de mineros que laboraban en las cavernas del yacimiento y de los que la autoridad y la empresa quisieran enterrar en el olvido.
Algo está mal en México frente al bien ganado espacio en las últimas décadas con la ampliación de libertades (prensa, economía y política). Las instituciones encargadas de la seguridad y la justicia no pueden remontar la desigualdad, no pueden reconciliar un país dividido. La inseguridad y la injusticia se han extendido, son habitantes orondos de un país que tiene una ciudadanía enclenque, flagelada a su merced. De nada de eso habla el barbaján de Vicente Fox pues nunca ha sido asunto suyo, ni como diputado, ni como gobernador, tampoco como presidente, ni hablar de su condición como ex mandatario. Su apuración es la de justificar su riqueza, de manera tan torpe como se hizo personaje público, diciendo mentiras con el talante de un bufón que encontró su medio en la videopolítica.
Si el cimiento de un Estado encuentra en la seguridad y la justicia su razón de ser, si estos dos bienes no son proveídos por él, entonces el Estado ha sido derrotado. Se concluye con rapidez, a los ojos de un neoanarquismo de derechas que el Estado es un estorbo, que sólo falta enterrar el mito de la Revolución para que la plenitud de una era próspera se instale. Exequias del mito que hace tiempo se han consumado, dejando como plenitud visible la guerra de todos contra todos, la ausencia del Estado. En esas estamos, conformando una geografía de inseguridad e injusticia en una nación que ha dejado de ser modelo para su emulación en otras latitudes. México ya no tiene nada que enseñar, salvo la pudibunda voracidad de sus élites.
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